Antes que nada dejemos constancia de los hechos. La visita de Juan Pablo II a Cuba insufló vida y entusiasmo a la Iglesia cubana. Su tarea evangelizadora cada vez es acogida con mayor entusiasmo por la población; de cada cien casas a cuyas puertas tocan los evangelizadores son invitados a entrar en 97. El gobierno cubano, sin embargo, no ha correspondido al mensaje conciliador de Su Santidad. La situación imperante fué descrita con exactitud en una reciente declaración del Movimiento Cristiano de Liberación que preside el ingeniero Osvaldo Payá Sardiñas: “Lejos de irse logrando un mejor clima de distensión por parte del estado hacia la Iglesia, lo que ha ocurrido en la practica ha sido, desdichadamente, todo lo contrario.”
Como han transcurrido escasamente seis meses desde la visita papal, quizá sea muy pronto para derivar conclusiones de lo ocurrido hasta el presente. Mejor será poner la visita en perspectiva analizándola en el contexto de las visitas hechas por el Papa con anterioridad a otros países, especialmente la primera que hizo a Polonia en 1979.
Esto, sin duda, parecerá disparatado a muchos, dadas la profundas diferencias que separan a Cuba de Polonia y las obvias divergencias entre la situación polaca en 1979 y la de Cuba en 1998. Hay sobre todo el hecho de que en 1979 Juan Pable II era un polaco regresando triunfalmente a su país después de haber sido elegido pastor universal de la Iglesia Católica. Regresaba, además, a una nación cuya historia está indisolublemente ligada a la de su Iglesia, razón por la cual ésta tiene una influencia considerable en los asuntos nacionales. No hay comparación entre la Iglesia polaca y la cubana, como no la hay tampoco entre el régimen comunista polaco y el cubano. El comunismo polaco fue impuesto por las bayonetas soviéticas. El comunismo cubanoes de origen indígena. El comunismo polaco creció y se desarrolló a la sombra de la Unión Soviética; el cubano lo hizo a la sombra hostil de los Estados Unidos. El comunismo polaco siempre fue menos omnicomprensivo y represivo que el cubano y sus líderes nunca estuvieron tan aferrados al poder como los cubanos. En los momentos más críticos los líderes comunistas polacos demostraron ser mucho más patriotas que Castro y sus seguidores.
El mismo Juan Pablo II ha sido, no obstante, el que al regresar a Roma de La Habana, dijo que el viaje le había recordado el que hizo a Polonia just después de su elección. Los que crean que la comparación de la visita a Cuba con la de Polonia es improcedente, por tanto, están discrepando de lo expresado por el mismo Papa, que es un líder mundial de vastísima experiencia, nada propenso a hacer declaraciones a la ligera.
Vayamos adelante, pues, con la comparación. ¿Hay alguna similitud entre la situación prevaleciente en Polonia en junio 2 de 1979, fecha del arribo del Papa a Varsovia, y la prevaleciente en Cuba en enero de 1998? En aquella época Polonia atravesaba por una aguda crisis política, económica y social, igual que Cuba en 1998. La Iglesia polaca estaba resignada a coexistir con el gobierno comunista, con el cual había cooperado a calmar los disturbios de 1976, causados por la escasez de alimentos. Los obispos polacos dialogaban con los funcionarios comunistas cuanto fuera necesario para mantener buenas relaciones con ellos. Ni anticipaban ni querían que en Polonia se produjera una explosión social. Pensaban que la situación de la Iglesia podía mejorar pero no creían en la proximidad de ningún cambio. Yo no puedo asegurar que los pensamientos de los obispos cubanos hace seis meses hayan sido los mismos de los obispos polacos, pero de su conducta no puede derivarse que hayan sido muy distintos, tampoco. Igual conclusión puede sacarse con relación a la actitud del gobierno. Hoy sabemos que Edward Gierek, jefe del gobierno polaco en aquel entonces, se avino a la visita de Juan Pablo II, entre otras razones, porque creía que serviría para legitimar su régimen en el orden internacional. Podemos estar seguros que semejante consideración entró también en los cálculos de Fidel Castro cuando invitó al Papa a venir a Cuba.
Y ¿por qué el Sumo Pontífice decidió viajar a Cuba? ¿Cúal fue su propósito primero en ir a Polonia y luego ir a Cuba? Cuando descendió del avión en el aeropuerto de Varsovia declaró taxativamente que había ido a Polonia como un peregrino, y que su visita había sido dictada por motivos exclusivamente religiosos. Fue a su tierra nativa sólo para predicar y enseñar, para infundir experanza y levantar los ánimos de la sociedad polaca. Nada más lejos de su mente que derribar el gobierno ni mucho menos precipitar una rebelión. Mientras ejerció su ministerio en su patria como sacerdote y como obispo siempre evitó las confrontaciones con el régimen. Su política como Papa fue la misma, tanto en Polonia como en Cuba. Al llegar a La Habana declaró, refiriéndose a los cubanos, que había ido a “confirmarlos en la fe, animarlos en la esperanza y a alentarlos en la caridad.” No se propuso, desde luego, derrocar al gobierno, pero tampoco fue a crear una crisis con sus denuncias. No es ese su estilo, ni su estrategia.
Cuando fue a Polonia Juan Pablo II atrajo las multitudes más grandes de la historia del país. ¿Podía pasar semejante acontecimiento inadvertido y no dejar consecuencia ni huella de clase alguna? Hubo que esperar 14 meses, hasta agosto de 1980, para que estallara en el astillero Lenin de Gdansk la famosa huelga donde nació Solidaridad, y aún después las cosas empeoraron notablemente: sobrevino una intensa presión por parte de la Unión Soviética para liquidar el sindicalismo independiente en Polonia; el 13 de mayo de 1981 tuvo lugar el atentado contra la vida del Papa en la Plaza de San Pedro en Roma; siete meses después, el 13 de diciembre, el gobierno polaco declaró la ley marcial (o estado de guerra), Solidaridad fue disuelta y sus dirigentes y otros opositores arrestados. Por ese motivo, el gobierno de Reagan en los Estados Unidos dictó una serie de sanciones económicas contra Polonia que los obispos polacos objetaron, alegando que sólo servirían para empeorar la situación del pueblo. Reagan y sus consejeros se quedaron boquiabiertos por la actitud de los obispos, y quizá más que nada por el hecho de que el Papa la aprobó expresamente. En junio de 1983 tuvo efecto una segunda visita papal a Polonia, estando todavía en vigor la ley marcial. Muchos polacos que creyeron que Juan Pablo II iba a conducir al pueblo a las barricadas quedaron desilusionados. En su lugar el Papa continuó sus conversaciones confidenciales con los líderes comunistas polacos, que después de la muerte de Breshnev (1983), el ascenso al poder de Gorbachev (1985), la derogación de la ley marcial en 1986 (con la consiguiente abolición de las sanciones americanas) y un tercer viaje papal a Polonia en 1987 al fin fructificaron en 1989 con el restablecimiento de la democracia en el país. Habían transcurrido en su totalidad diez años desde la primera visita papal en 1979.
¿Hay alguna relación entre la visita del Papa a Polonia y los acontecimientos que acabamos de describir brevemente? La opinión generalizada de los analistas políticos es que no, que no existió tal relación. Y el mismo Papa años después dijo un día que “en cierto sentido, el comunismo, como sistema, cayó por si sólo, víctima de sus propios abusos y errores.” Estas opiniones, sin embargo, no pueden explicar hechos tan significativos como el de que, al estallar la huelga en Gdansk en 1980, los obreros del astillero decidieran adornar la entrada con retratos del Papa y banderas papales. ¿Será que los obreros vieron cosas que ni los analistas políticos ni el propio Papa pudieron ver?
Hay hechos históricos y conmociones populares que resisten los análisis más rigurosos, como los que resultan no de lo que está ocurriendo en un momento dado sino de lo que las masas populares creen que está ocurriendo, o los que son consecuencia de cambios de actitud más bien que de reacciones específicas ante ciertos acontecimientos. Quizá fue ésto lo que quiso decir un obispo polaco cuando expresó que la primera visita de Juan Pablo II a su patria despertó la sociedad polaca, que estaba desorientada. Quince años después, Marek Skwarnicki, un viejo amigo del Papa que edita su poesía y frecuentemente lo acompaña en sus viajes, expresó el mismo pensamiento, pero mucho más contundentemente. Skwarnicki dijo que el viaje del Papa había sido una “sacudida de libertad” (“freedom shock”) para Polonia. Tal fue el resultado de los famosos “nueve días de libertad” por los que atravesó el país en aquella oportunidad.
Uno de los comentarios que los críticos del viaje papal en el exilio citan más frecuentemente es el de Ramón Humberto Colás, católico y disidente. Dijo Colás refieriéndose a las triunfales actividades del Papa en Cuba: “Fueron cinco días de libertad. Pero fueron sólo cinco días en cuarenta años.” El comentario, producto de una explicable impaciencia, es ciertamente negativo, pero, paradójicamente, subraya el hecho clave de la visita: fueron cinco días de libertad, el “freedom shock” a que se refirió Skwarnicki en el caso de Polonia. Como dijo una dignísima cubana en la Plaza José Martí el día de la misa papal: “Hoy nos han quitado la mordaza.”
¿Queremos decir con lo que antecede que en Cuba va a ocurrir indefectiblemente lo mismo que en Polonia? Afirmar semejante cosa sería tan infantil como decir a solo seis meses de la visita que el viaje del Papa a Cuba fue contraproducente porque “el mundo se ha abierto a Cuba pero Cuba no se ha abierto al mundo.” La única conclusión absolutamente lógica que se desprende de lo dicho es que hay que esperar antes de emitir juicio alguno sobre la visita del Papa. Ya lo dijo hace unas semanas Lech Walesa en Montevideo, Uruguay, donde fue a participar en una conferencia: “Solidaridad tardó un año, y la apertura al mundo otros diez.”
La espera no excluye, sin embargo, que se experimente un cierto optimismo. El propio Walesa dejó traslucir el que él siente cuando agregó: “La apertura del régimen comunista cubano vendrá; el comunismo no va a continuar en la isla.” Se basa en un hecho incontrovertible: “Cuba es otra después de la visita del Papa Juan Pablo II.” Es otro modo de referirse al “freedom shock,” que por caminos difíciles de delinear en el mapa de la historia futura infaliblemente contribuirá a acelerar el proceso de transición que desde hace algunos años está atravesando Cuba.
Es posible que haya sido este hecho el que decidió al pontífice a aceptar la invitación de Castro para visitar la isla. Cuando viajó a Polonia en 1979 estaba persuadido de que el país estaba evolucionando lenta, pero inevitablement hacia mayores libertades. Y sabía dos cosas: 1) que la prédica del evangelio es revolucionaria; y 2) que el comunismo no admite reformas. Fue ese el comentario que hizo cuando le hablaron de los planes de Gorbachev. “Es un buen hombre,” dijo, “pero fracasará porque quiere algo que es imposible: reformar el comunismo. El comunismo no puede ser reformado.” He aquí las dos razones fundamentales por las que es posible que la transición cubana eventualmente culmine en el colapso del comunismo. Tardará, y ésto es lo que desanima a muchos. Pero tiene la ventaja de que el acontecimiento se producirá sin necesidad de disparar un tiro y, además, lo que es más importante, estamos presenciando la utilización de un método probado. ¿Por qué seguir empeñados en los métodos tradicionales del exilio que, además de ser cruentos, solo han producido fracasos?
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