No existe una sola nación que no esté formada por una mezcla de razas. La publicación reciente del mapa genético por los profesores Luca Cavalli-Sforza, Paolo Menozi y Alberto Piazza, niega toda base científica al racismo. El 99,9% de los genes de toda la humanidad son iguales: 99,9% de blancos, negros, amarillos, o lo que fueran.
El racismo es una proyección discursiva de la estructura económica moderna, patriarcal y monoteísta, que instrumentaliza a grupos humanos a partir de supuestos principios genealógicos y de una aparente hegemonía de universalismo. Así, la noción de “raza” es apócrifa y solo responde a consideraciones ideológicas. En esencia no existen razas de humanos, aunque nos vemos enfrentados constantemente al término diferenciador de “raza.” En palabras de Eric Williams: “La esclavitud no nació del racismo; por el contrario, el racismo fue la consecuencia de la esclavitud. La fuerza del trabajo esclavo del Nuevo Mundo fue mestiza, negra y amarilla; fue católica, protestante y pagana.” Tanto Immanuel Wallerstein como Etennie Balibar consideran que el racismo es producto del coloniaje europeo, del industrialismo, y la comparecencia del nacionalismo forjador del Estado moderno. Para otros críticos la idea racial es consustancial con la cultura de Occidente, que inventa la noción de raza.
Aunque el racismo está completamente desacreditado como doctrina científica y como ideología política, en el pasado se difundió ampliamente apoyada por pensadores tenidos por insignes, a la vez que considerada como plenamente científica. Ciertamente, el racismo no es un conjunto de actitudes y prácticas individuales. El racismo es un fenómeno social de exclusión que no puede describirse sin incluir la intervención directa o indirecta del Estado. El Estado interviene institucionalizando ciertos discursos y prácticas de exclusión y no sancionando otras prácticas, y contribuyen así, directa o indirectamente a la reproducción de distintas formas de racismo y, en casos “límite,” desplegando su poder para prescindir del otro.
DISCRIMINACIÓN Y SEGREGACIÓN
La discriminación y la segregación tuvieron su apogeo durante el siglo XIX en el sur de Estados Unidos y en Cuba por medio de regulaciones y restricciones que redujeron a los afro-descendientes a un estatus de subordinación. Las identidades raciales en Cuba fueron construidas en el período de la esclavitud, para funciones sociales, económicas y políticas específicas, y tal construcción identitaria no ha variado en la psiquis de la población ni en la práctica socio-política.
Estas identidades raciales tenidas como fijas y universales se relacionan con categorías sociales que han congelado, como naturales y dadas, las diferenciaciones en todos los ámbitos de la sociedad. La actual simplificación en Cuba, de negro y blanco, tiene que ver con la no aceptación en los estratos supremos de la sociedad de una representación equitativa del negro.
Dentro de la ideología de determinismo racial, nacida con la esclavitud del africano, la creolidad permitió múltiples ejes de identidad, un repertorio de formas de identificación social, de construcciones sociales de raza muy diferentes y específicas. En el contexto hispano la mezcla racial (blanco-negra o mulata) resultaría un ejercicio del derecho de superioridad, propiciando así el proceso de “blanqueamiento” y nunca una mayor “flexibilidad” o “benevolencia.”
La construcción de una nación como Estado, exigía la fabricación simultánea de una historia—como gesta—nacional. La nación se construyó sin establecer un diálogo con su diaspórica africana. El fallecido ensayista afro-cubano Walterio Carbonell sugiere lo intencional y tergiversante de muchos historiadores, de considerar como formadores de la nación cubana a defensores del coloniaje y del régimen esclavista como Francisco de Arango y Parreño, “consejero del aparato colonial,” José Antonio Saco y José de la Luz y Caballero, “plantador esclavista de su ingenio azucarero La Luisa,” Agustín Caballero y Domingo del Monte.
Mientras, los defensores del sistema esclavista son “glorificados” los mismos historiadores guardan silencio ante el primer representante de la nacionalidad, José Antonio Aponte, el cual organizó el primer movimiento independentista y antiesclavista.
EL MITO DE LA IGUALDAD
El mito de la igualdad racial, el paradigma fundante de nuestra identidad nacional, se enarbolará contra el negro y el mulato cuando estos aborden el tema de la discriminación. De ahí es fácil considerar que el discurso supuestamente liberador de la “cubanidad” y lo “cubano” sea a la vez un discurso opresor enfrentado a la cuestión de la alteridad que permea toda la praxis social. En ella se conjugaron la cuestión racial no resuelta, la independencia sujeta a influencia exterior, la democracia excluyente, el socialismo sin equidad, y también, la autoconciencia, la búsqueda del propio pasado por una élite pensante negra y mulata. No se puede negar el hecho de que al tratar de definir la nación cubana, la cuestión racial tenía que surgir.
Cuba recibió tras la independencia una segunda ola migratoria europea que reforzó la ideología supremacista y la idea de una homogeneidad cultural. Cómo es posible que nunca se haya cuestionado la validez de las categorías raciales que se derivan de la esclavitud africana por los españoles (negro, blanco, mulato) y se siga manipulando la etnicidad para la discriminación sistemática.
Los guerreros de la Independencia cubana enunciaron principios, pero no pudieron ponerlos en marcha. La emancipación de los esclavos se realizó partiendo que en los afro-cubanos no primaba la idea de asumir la identidad por igual al blanco. Ese fue el fracaso de la política constitucionalista, dentro de la cual la convulsión social subsiguiente a las guerras de la Independencia, eran una prueba de la ausencia de ideas propias.
En nuestros orígenes políticamente conflictuales figura una tradición constitucional con aspiraciones a ser un equilibrador reflexivo. Así, la justificación pública cubana se ha presentado en la manera que su sociedad política siempre ha elaborado una justificación de la concepción política compartida insertándola en sus varias doctrinas de “valores” supuestamente libres de conflicto, como la multi-culturalidad. Pero nuestra supuesta autenticidad elaborada en el siglo XX, no ha sido más que una construcción afincada en prácticas y principios provenientes del período colonial.
IDEOLOGÍA Y RAZA
Así, la ideología más coherente no es otra que la elaborada por José Antonio Saco; aunque la misma no ha sido señalada en las épocas referidas, los principios de su discurso racial y cultural, los mecanismos y fundamentos de la discriminación por él elaborados, son los que han estado vigentes desde la primera mitad del siglo XIX hasta hoy día. No asombra que durante el periodo inicial de la república cubana, los negros y mulatos fueron víctimas de una violencia inusitada por el Estado, que de no haberse detenido a tiempo hubiera concluido con el exterminio en masa de la población afrocubana, durante la mal bautizada “guerrita de los negros.” Asimismo, no es extraño que los soldados enviados a Angola y Etiopía fuesen mayormente afro-cubanos y que también lo sea la población penal actual.
La nacionalidad cubana encierra el problema colonial y la discriminación no superado, porque el proceso de independencia fue un proceso de política formal que aún persiste pues no estuvo acompañado por una conciencia de descolonización de fondo porque los criollos blancos que figuraron en la lucha por la independencia y asumieron la República, eran parte del proceso colonizador. La cruzada bélica contra el Partido Independentista de Color (PIC) se planteó en un momento en que el poder supremacista avizoró que podía perder su capacidad “de legitimar su dominio a través de un Estado de derecho” y de mantenerse en el poder, marcando los límites del control de los sistemas de dominación. Esta masacre orquestada por el supremacismo blanco marca los límites de las políticas homogenizadoras sustentadas en el universalismo monocultural de la “cubanía,” y en el uso perverso del discurso de la diferencia y de la cohesión social.
El repliegue y la derrota de los afrocubanos que conformaban el PIC (en su mayoría ex mambises), fue el quebranto de la unidad de este sector poblacional, que por largo tiempo quedarían postergados al silencio, sin poder refutar las expresiones discursivas racistas de políticos, intelectuales y profesionales de ascendiente ibérico. Destruida su aspiración a ser parte del poder político y obstaculizado de poseer tierras o de recibir ayuda estatal para establecer su ascenso económico (como se concedía a los inmigrantes ibéricos), persistirían y persisten todavía las causas que originaron el conflicto.
Sin embargo desde sus inicios el nuevo país se autoexplicaría por una silente tenacidad discriminatoria, trivializando el compromiso moral de igualdad racial establecido en el discurso patriota durante las guerras de independencia con la población afro-descendiente, que tan decisivamente apoyó las guerras. De este modo, la Cuba homogénea blanca estableció las categorías de identificación en el momento formativo del estado-nación obviando lo racial en la nacionalidad. Pero como un curioso proceso que no sirvió de salvoconducto para quienes portaban un color de piel incriminador: el negro siguió siendo negro y el blanco, blanco.
En Cuba desde la época del colonialismo hasta la actualidad, la ideología de supremacía blanca ha estado en este sistema ideológico totalitario en cada lugar y en cada expresión social. Los viciosos tentáculos de esta ideología han invadido y penetrado el poder, la política, la administración pública, las actividades empresariales, cultura, literatura, periodismo, estudios históricos, radio, televisión, cine, así como las expresiones gráficas. Lo peor de todo es que esta ideología de tipo patriarcal ha arruinado las mentes de cada persona de color y raza. Esta forma directa de proyectar su realidad y la universalidad de la opinión de esta elite hacia el mundo exterior (la nación) tiene una seria implicación y consecuencias porque en esa forma ellos magnifican de manera subliminal la forma en que el colectivo considera que el mundo es y debe seguir siendo.
El mito de la superioridad blanco-europea, entronizado en nuestra psiquis nacional mantiene latente tal posibilidad contra el afro-descendiente, sobre todo para aquellos que tratan de reivindicar formas culturales diferenciales. La categorización de una persona como “no negro” no surge naturalmente de la ceguera cromática sino a través de una constante invisibilización de los rasgos fenotípicos negros a nivel micro por medio de la adscripción de la categoría de negro tan solo a quienes tienen tez oscura y cabello rizado. La categoría trigueño, utilizada durante el siglo XIX, resulta clave para entender las categorizaciones raciales, permitía que en los censos, los trigueños pudieran ser clasificados oficialmente como blancos.
LA DISCRIMINACIÓN RACIAL
En el “contexto de aplicaciones” entre la teoría ideal y no-ideal, muchos no desean poner en riesgo su pertenencia a la sociedad blanco-hegemónica, defendiendo la igualdad y equidad racial y tradicionalmente en nuestra sociedad, la desvalorización y difamación de individuos con características físicas o valores grupales supuestamente diferentes es un recurso para obtener el reconocimiento de pertenencia al medio.
Así, los mulatos, al resultar el estamento que trata de verse aceptado en el grupo dominante, cuyo vínculo es el de la raza, optan por discriminar, necesitan marcar la diferencia con los discriminados. Y, los blancoeuropeos, retroalimentan su hegemonía y reafirman su supuesta superioridad con la pertenencia a un círculo común, mediante la discriminación. La discriminación, la segregación o las demandas de seguridad hegemónica fundadas en la dureza penal y la selectividad del carácter de víctima hace que al afro-descendiente no se le juzga porque sea culpable, sino que ya de antemano es culpable y por tanto es materia juzgable y condenable. La abrumadora carga destructiva que atañe a tal política, como lo ilustra la revulsiva represión contra los miembros del PIC, casi todos negros mambises orientales, hacen que en la filosofía política o la teoría social propugnada por la élite blanco supremacista cubana, la relación entre vida y política se reduzca a una apropiación violenta de la primera por parte de la segunda, bajo el paradigma de una soberanía, relacionado con los procesos biológicos y la conservación de la raza blanca en el del biopoder.
La Revolución difundió una historiografía oficial y aupó una supuesta “cultura nacional” que institucionalizara al régimen político. La narrativa dominante recogía que la nacionalidad se había conformado a partir de dos grandes componentes: el ibérico en lo fundamental, y el africano como secundario, y que el resultado de esta mezcla resultaba el criollo cubano heredero cultural y político. Así, mediante un proceso bio-genético se llegaría a un sincretismo cultural que resumiría en lo “cubano” ambas vertientes; la diversidad cultural (lo africano) quedaría como materia prima de la nación.
En una nación cromáticamente ciega como Cuba, las postulaciones estadísticas brindan coartadas a la invisibilización racista y encapsulan a la comunidad negra en el folclorismo, evadiendo la constante racial para aparentar no ser racistas. El tratamiento de las políticas censales y las categorizaciones que posee responde al discurso de “la blanquitud” en el sistema de representaciones ideológico-demográficas, a través de la negación y el ocultamiento de las raíces africanas en el componente poblacional. No asombra entonces que el actual Jefe de Estado, Raúl Castro, en visita a España proclamase que es 75% español. Y es esta definición de nación, sutil y silenciosamente racista respecto al poder, que el blanco “cubano,” nostálgico español, no ubica al mulato como una alternativa a los demás grupos raciales, como una estrategia de coexistencia armónica, sino como un componente más de la cartografía étnica del país.
Con todos estos falsos argumentos y esas ideas racistas y retrógradas, la elite cubana pretende eliminar las posibilidades de notoriedad de “negros” y “mulatos,” a la vez que las exponen en apoyo a sus conclusiones erróneas y excluyentes. Para Cuba el negro es la imagen más fuerte de alteridad, por el mestizaje que pese al prejuicio se produce al estar exorcizándolo de la sangre, de la familia, de la ciudad, de la cultura y de la historia.
HEGEMONÍA RACIAL Y CULTURAL
Al mismo tiempo la elite de poder se ha propuesto crear una muy especial imagen de ellos mismos, representando a su grupo racial como personas de gran moralidad, cariñosos, familiares, intelectuales, etcétera. Engañando de forma permanente a los otros, la elite “blanca” intenta en esencia hacer de la creación divina su propia hegemonía y una estructura jerárquica de la sociedad basada en las razas y los colores de la piel, donde los que poseen y controlan el poder puedan continuar por siempre.
La elite cubana actuó y actúa como colonialistas internos en su propio país, han ejercido una completa hegemonía cultural subrogada con el desafortunado consentimiento de aquellos que han sido víctimas de sus mitos ideológicos. Negros y mulatos a pesar de estar en mayoría, continúan siendo considerados los presentes/ ausentes dentro de la población, y son tratados como los otros, a pesar de todo lo que ellos han hecho como una supuesta parte de la comunidad en su conjunto. Esta es la razón por la cual la población blanca en la sociedad y algunos cubanos de color alienados frecuentemente parecen “pensar parecido” con respecto a la población de color y a otros problemas raciales. Cuando la mayoría de la población piensa similar sobre algunos asuntos, o incluso olvidan que existen alternativas a la situación actual, entonces estamos en presencia de una teoría hegemónica.
Durante la etapa post-abolicionista, en la república y bajo el socialismo, solo un pequeño grupo de negros y mulatos han sido aceptados por la “elite,” simplemente para evidenciar que no son racistas y con el objetivo de demostrarse a si mismos, pero especialmente a la población, que los negros y mulatos deben estar satisfechos con el reconocimiento que los dirigentes le han hecho a algunos de ellos.
PATERNALISMO RACIAL
Durante siglos la estructura blanco-cubana impuso alternativas paternalistas con el objetivo de lograr seguridad y ha diseminado una inmensa sombra sobre la vida de los cubanos de todos los colores de piel. Esto ha creado un sentido de fragilidad, dependencia, inseguridad, dentro de la nación. Este subconsciente elitista de absoluto poder, no permite a los gobernantes cubanos de hoy, como a los del pasado, tener una verdadera consciencia nacional.
La era actual perteneciente a la Cuba castrista ha tomado su concepción ideológica del colonialismo donde una separación propagandística entre palabras y significados están conectados a una lógica de afirmaciones y negaciones. El liderazgo actual, al igual que la elite de la etapa colonial y al igual que la elite de la época de la república “liberal” de economía de mercado ha practicado de forma dominante lo que se conoce como “ruido ideológico”; una de las formas que crea un tipo de creencia de parcialidad lo cual evita que los miembros del grupo racial dominante en Cuba, presten oídos, atención o tomen en serio a otros que no pertenecen a su círculo.
En Cuba no se puede conceptuar la democracia sin previamente o simultáneamente resolver el problema de la falta de equidad racial. Si bien el hecho democrático es el mejor entorno para solventar la crisis de identidad resultado de la discriminación, la democracia automáticamente no resuelve este dilema.
El dilema mayor que hoy enfrenta la nación cubana, más allá y profundo que el político, es el fenómeno de la discriminación racial que está destruyendo las bases de la nacionalidad cubana.
Hace un siglo, y 50 años antes de la implementación de los derechos civiles en Estados Unidos, el intelectual cubano, mambí, hijo de español y esclava, Martín Morúa Delgado, había avizorado los problemas que el futuro presentaba a la población negra en Cuba. Desde su cargo de Senador de la República, e incluso desde la presidencia del Senado, Morúa abogaba por todo un programa de derechos civiles y económicos para el sector desvalido de la sociedad cubana. La solución, acorde con Morúa, radicaba en empoderar económicamente a los negros y mulatos cubanos con un amplio plan de distribución de tierras y la ayuda económica a la formación de pequeñas empresas: de empoderarlos educacionalmente con planes docentes específicos para esa población; y empoderarlos políticamente, permitiendo el acceso equitativo a todos los niveles del Estado. Su muerte en 1910, y la masacre del PIC dos años después, sumado al aluvión ibérico—proyecto de ingeniería social de los primeros gobiernos republicanos para blanquear el país—enterraron lo que hubiera sido el modelo de integración de las diferentes nacionalidades en la Nación.
Quiero terminar con una breve cita de Gastón Baquero:
Es necesario reconstruir interiormente, dentro de cada uno de nosotros, la integridad psicológica, étnica, histórica, cultural, compuestas por las razas que enraizaron en la Isla por las gentes de todo origen que quisieron construir, a través de los siglos, el hermoso edificio de una Patria libre, justa y feliz, una Patria de todos.
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