Todo lo que tengo lo llevo conmigo es el título de una novela paradigmática de la escritora rumano-alemana Herta Muller, Premio Nobel de Literatura en el 2009. Sus relatos acerca de la opresión estalinista han dado la vuelta al mundo y han contribuido al esclarecimiento de la historia. Pero mas allá de las pertenencias materiales, desde una ínfima tijerita para cortarse las uñas o un libro entrañable, hasta una cuenta en un banco suizo, los emigrantes, los exilados, y tengo una pertinaz inclinación a llamarlos desterrados en el caso cubano, traen consigo “todo lo que tienen” en el arsenal subconsciente con que caminan por las nuevas (y extrañas) tierras.
“Irse de Cuba” es una frase incorporada en el castellano de la isla infinita a la altura de otros vocablos comunes como “guarapo de caña” o “te vas a quedar como el gallo de Morón.” Cada individuo la ha asumido para sí, o la ha escuchado en voz de amigos y familiares. Del otro lado, un mundo cada vez menos incierto espera.
Mi propósito es recorrer brevemente los diferentes grupos de emigrantes para caracterizar su componente psicológico y como éste ha cambiado en los últimos cincuenta años a partir de paradigmas psicohistóricos, decisiones del Poder, motivaciones económicas y el auge sin precedentes de las comunicaciones cibernéticas.
LOS PRIMEROS EMIGRANTES
En los primeros dos años de “revolución” escaparon hacia Miami unos 130,000 cubanos, la mayoría vinculados al depuesto gobierno o dueños de tierras y negocios. Casi todos pensaron en unas vacaciones prolongadas. Para este grupo es la rabia, no el sentimiento de destierro. Es el sentido de estar esperando el regreso por un corto periodo quien los mantiene en vilo, sin reconocerse siquiera emigrantes (Antón & Hernández, 2002).
Por esta misma época, algo más de 14,000 niños son enviados por sus padres a Estados Unidos y relocalizados en orfanatos, casas de adopción temporal o de familiares y amigos. Las circunstancias traumáticas de este exilio sin padres han sido descritas por algunos psicólogos y antropólogos como Smalley, Casero, Levy-Warren, y muchos otros. La pérdida es múltiple para estos niños, que descubren una nueva cultura, un clima, una comida y un idioma diferentes, y un sentimiento de abandono e incertidumbre que dejan secuelas psicológicas en el más sano de los mortales. Hoy día, y gracias a los adelantos de la biotecnología, se conoce que individuos expuestos a fuertes dolores emocionales por largos periodos de tiempo, sufren modificaciones biológicas a nivel del sistema nervioso central con consecuencias significativas para la salud mental. Esta autora nunca ha encontrado un estudio longitudinal exhaustivo que aclare las estadísticas de estos efectos.
Entre 1959 y 1962 un número estimado entre 260,000 y 300,000 exilados llegan a las costas de la Florida. En 1962 y a consecuencia de la Crisis de Octubre, los vuelos comerciales entre La Habana y Miami se suspenden y el éxodo disminuye, pero no se detiene.
En 1965 el gobierno cubano anuncia que permitirá la salida de todo el que quiera hacerlo y en un mes casi 5,000 personas abordan barcos en el puerto de Camarioca para salir de la isla. El gobierno del presidente Johnson trata de negociar la crisis, que después se repetirá varias veces antes de que termine el siglo, y organiza los “Vuelos de la Libertad” desde Varadero y por donde viajan a Estados Unidos cerca de 340,000 cubanos, desde diciembre de 1965 hasta abril de 1973. En 1966, el presidente Johnson firma la “Ley de Ajuste Cubano” que permite a los cubanos que han residido un año en Estados Unidos, solicitar su estatus de residente permanente. Para algunos investigadores (Antón & Hernández, 2002), este es el comienzo de un fenómeno sicológico en la mente de los exilados: “Aquí nos vamos a quedar mucho tiempo.” En Cuba, por otra parte, se castigaba con fuertes costos sociales a los que mantenían alguna comunicación con los familiares que habían partido. Estos desaparecían de la historia del país o de la pequeña historia familiar de cualquier hijo de vecino, vergüenzas comparables con la guerra en Vietnam, el linchamiento de negros, y cualquier otra felonía atribuible al imperio vecino. De esta forma, los exilados quedaban aislados de su centro de origen, el resto de la familia y cualquier otro vínculo con la isla que construía un futuro luminoso tras una cortina de agua y consignas.
El impacto sicológico se hace sentir en ambas orillas. Pensemos en el hipotético Juanito: tiene un recuerdo entrañable de la tía Luisa, que un día se fue para no volver—nunca le fue permitido—y a quien debe vituperar públicamente. Mientras, jura y perjura que no mantiene correspondencia ni ningún otro vínculo con semejante alimaña. Para tener derecho a la educación. Sus afirmaciones públicas contradicen sus recuerdos, pero no tiene otra alternativa de sobrevivencia social. Durante tantos años repite lo mismo, que llega a formar parte de su imaginario, al menos ostensiblemente. Por debajo de esta máscara de sobrevivencia, la disonancia cognoscitiva va haciendo estragos, digamos subconscientes. Para muchos cubanos este ejercicio de supresión de recuerdos y de lazos familiares y ruptura forzosa ha sido un ensayo, sin duda dolorosa, que ha atravesado por las conocidas etapas emocionales que describiera Kübler-Ross. Algunos escritores jóvenes como Wendy Guerra han hecho de este tema parte de su creación: el sentimiento de abandono que sienten los que se quedan, las emociones contradictorias y la máscara. La pérdida que estos individuos sienten es por muertos/vivos.
Ahora hablemos de la tía Luisa. Ya en 1974, el psicólogo cubano González Reigosa había desarrollado tres “tipos culturales” para describir la existencia psicológica del exilio cubano: los “congelados,” los “no-culture” y los “aculturados.”
La categoría “congelada,” que tantas veces ha sido usada en sentido peyorativo pero que en sus orígenes tomaba los aportes de la psicología y la antropología social, tenía que ver con un tipo de individuo que, sin importar el tiempo que llevara viviendo en el exilio, planeaba volver a Cuba cuando cambiara el sistema. De acuerdo con este psicólogo, además de profesar inclinaciones políticas de la llamada extrema derecha, poseían una orientación más conservadora en torno a los valores de su existencia. Para conseguir un sentido de seguridad y constancia contra las demandas del exilio, estos individuos idealizaban y vivían con los valores de la Cuba antes de 1959. Por entonces se afirmaba que este sistema de valores era función de la edad en que arribaron al exilio, en este caso correspondiendo con los que habían llegado pasada su adolescencia tardía. Este fuerte apego a valores pre-revolucionarios contribuyó, sin duda a la preservación de su pasado socio-histórico. Sin embargo, tanto para González Reigosa como para Casero en un estudio posterior, a menudo este “vivir en el pasado” contribuyó a conflictos psicológicos y rupturas familiares (sobre todo cuando los hijos asisten a universidades americanas y descubren otras formas de entender la realidad social y caminar por la vida).
La categoría de “no-culture” incluye a aquellos que arribaron durante la adolescencia. La estructura de valores “a la cubana” les resultaba familiar, pero no la habían internalizado aún, al mismo tiempo que les era difícil apoderarse de los valores de la nueva sociedad. Para estos psicólogos cubano-americanos, este tipo de individuo se embarca en una búsqueda existencial, en muchas ocasiones sin foco fijo que los pone a riesgo de ruptura psicológica y estrés emocional.
La categoría “aculturada” incluye esos individuos que llegaron al exilio en su infancia o temprana adolescencia. Como fueron expuestos al sistema de educación americano en sus años de formación, se hayan completamente aculturados, y sus valores se hayan en contradicción con los de su familia de origen. De forma que estos psicólogos encuentran que aquí nadie se salva, y todos los grupos envueltos en este conflicto van a ser víctimas de lo que ellos llaman estrés psicológico.
Para el investigador Levy-Warren (Levy-Warren, 1987), la magnitud de la pérdida y la enormidad del reto nunca pueden ser entendidas completamente por alguien que no ha emigrado.
La aculturación, entendida como el proceso a través del cual los individuos aprenden las reglas de conducta características de cierto otro grupo de individuos, incluye una red de relaciones sociales, comprensión de las costumbres, así como actitudes hacia lo supernatural o religioso y conocimiento del lenguaje. Este proceso no es de ninguna manera lineal, requiere múltiples cambios intrapsíquicos y de conducta que ocurren en varios niveles y a ritmo diferente. Algunos autores han usado los términos “Culture shock,” “Culture stress,” “culture fatigue,” “role shock” y “language shock ” para describir este proceso. En 1995, Smart and Smart lo llamaron “acculturative stress” y señalaron que dicho estrés:1(1) dura toda la vida, (2) incluye todas las esferas de la existencia y (3) es intenso. (Escalas de intensidad del estrés).
Hasta aquí se ha hablado del proceso del individuo que emigra vis-a-vis su entorno, pero hay otro proceso intrapsíquico, que es el sentimiento de pérdida del país y los objetos amados, las relaciones de la familia extendida y la red social que de pronto no está. Estos factores proveen un arsenal cognoscitivo que resulta vital para el proceso de autoevaluación, necesaria en el individuo, y cuando no existe, el ser humano tiene propensión a la ansiedad y comienza a preguntarse acerca de su estatus y su rol en la sociedad. (Vargas- Willis & Cervantes, 1987). La evaluación del entorno, el juicio y la capacidad de tomar decisiones se hacen difíciles en ausencia de informaciones claras acerca del ambiente que nos rodea. Pero aún más, la pérdida de la identidad y el sostén social pueden destruir la voluntad y la habilidad de lidiar con los retos de la vida.
MARIEL
A partir del llamado Diálogo del 78, se abren los Vuelos de la Comunidad y muchos de estos individuos pueden regresar a visitar a sus familiares, si obtenían el permiso del gobierno cubano. El encuentro es explosivo y nunca se ha estudiado exhaustivamente, pero hay casi un consenso en torno a relacionarlo, con causalidad o sin ella, a la explosión de Mariel: en menos de seis meses arriban a las costas de la Florida cerca de 130 mil refugiados. Para la mayoría de estos individuos la escapada es incierta. Las comunicaciones son precarias, el silencio lapidario de los medios de comunicación controlados deja un velo de incertidumbre acerca de lo que sucede o puede suceder al otro lado del mar. Los refugiados fueron agredidos, abochornados públicamente, ofendidos por el Poder, que los llamó “escoria.” Se organizan despedidas con palos, rumbas, huevos y maltratos físicos y verbales. Si esto no es una experiencia traumática, venga Freud a bautizarla. Algunos escritores jóvenes, que ni siquiera habían nacido por entonces, han comenzado a estudiarla. La pieza teatral “Huevos,” del joven escritor matancero Rodríguez Febles, trata este tema, donde un joven, veintitantos años después, regresa a encontrarse con los amigos y vecinos que le dieron tan singular despedida cuando aún era un niño. La experiencia catártica, casi un exorcismo, se produce cuando el joven del exilio regala huevos, muchos huevos a los que visita.
¿Qué sucede entonces en la psique de estos nuevos inmigrantes? Los mismos grupos descritos por González Reigosa van a reproducirse en este grupo, dependiendo (igual que en años atrás), del estadio de desarrollo de la persona y las circunstancias sociales. “It’s developmental.” Pero a este esquema de “congelados,” “no-culture” y “aculturados,” habría que incorporar sus condiciones específicas.
Las estadísticas han demostrado que un reducido grupo del total de inmigrantes del Mariel participaron en actividades delictivas a su llegada, pero contribuyeron a generalizar una visión negativa del grupo. “Marielito” se convirtió en un término peyorativo añadido al otro de “escoria” con el que habían sido bautizados en Cuba. Esta opinión desfavorable gravó el proceso de adaptación de este grupo con su consiguiente impacto en la salud mental de sus miembros. Por otra parte, el lenguaje había cambiado. No hablaban como los cubanos que se habían exilado 10 o 20 años atrás y, aunque escapaban, traían consigo consignas y paradigmas adquiridos a través de la repetición sistemática, cotidiana y omnipresente de la propaganda oficial y a la información altamente filtrada a que habían tenido acceso por tantos años. Recordemos que la pérdida de la identidad y el sostén social pueden destruir la voluntad y la habilidad de lidiar con los retos de la vida. Pueden convertir al individuo en un ser ansioso, con pocas habilidades sociales, propensión al abuso de sustancias, etc. El asentamiento en otras tierras adopta diferentes matices para los diversos grupos sociales que llegan a la Florida (religiosos, enfermos mentales, expresos políticos, homosexuales, simples familias, etc.). Me referiré solo a un pequeño grupo para quienes el “cultural shock” puede haber sido monumental.
Entre los niños, preadolescentes y adolescentes de diez a dieciocho años, arribaron a Estados Unidos unos seiscientos sin padres, familiares o personas que pudieran responder por sus cuidados en el exilio. Fueron puestos en los barcos por las autoridades cubanas. Originalmente fueron a vivir a los campos de refugiados de Fort Chafee e Indiatowngap. El Refugee Mental Health Progam (del NHI), decide unir a parte de estos jóvenes al grupo de Vision Quest que radicaba en Arizona desde 1976 y se inspiraba en los ritos y tradiciones de las tribus Black Feet y Crows. A través de una vida al aire libre, domando caballos salvajes, sobreviviendo en condiciones inclementes y atravesando ritos de pasajes propios de estas tribus, se esperaba que los muchachos se pudieran reinsertar en la sociedad. Los jóvenes cubanos, en su mayoría negros, formaban el batallón de los Buffalo Soldiers. Esta autora ha entrevistado a algunos sicólogos que participaron en el proyecto. La mayoría de los jóvenes venían de localizaciones urbanas, cárceles y reformatorios; y mostraban conductas que eran difíciles de comprender para los indios americanos y viceversa. Parecían carecer del sentido de la propiedad, eran propensos a la violencia, habían sido deprimidos de un desarrollo normal sicosexual y en consecuencia adoptaban conductas o roles cuando menos estereotipados. No existe un estudio longitudinal de este proyecto. Sin duda, el choque cultural (cultural shock) puede adoptar esquemas muy sui-generis para un inmigrante.
Los inmigrantes de estos años no obtienen permiso para regresar al país hasta diez o doce años después. No pueden regresar a la Matria/Patria, ni participar en la necesaria ceremonia de pasaje para despedir un muerto querido, ni a la graduación de su hijo, ni a la enfermedad terminal de la madre. (Este no es un nuevo fenómeno, sino la misma política de división de la familia y abuso de derechos fundamentales que había sido puesta en práctica desde mucho antes.)
BALSEROS
Luego de un periodo de penurias económicas significativas, en 1994 se producen en Cuba revueltas populares. La respuesta del gobierno es permitir a todo el que se quiera ir, que se vaya, utilizando cualquier medio disponible, “algo que flote y que pueda llegar.” Más de 36,000 balseros llegan a las costas de la Florida, en su mayoría rescatados por los servicios de guardacostas americanos. Para contener esta estampida, los próximos 40,000 son reubicados en la base de Guantánamo, esperando el resultado de las negociaciones entre los dos gobiernos.
En un estudio conducido por Rothe y otros colaboradores (2000) se encontró que un grupo numeroso de los niños y adolescentes sobrevivientes de este éxodo sufrían síntomas de desorden de estrés postraumático (PTSD), desorden cognitivo, trastornos del sueño, enuresis, desorden de carácter y problemas de conducta, síntomas de depresión, irritabilidad y agresividad temprana. Estos niños y sus familias vieron como algunos de sus compañeros morían en el mar, de hambre, sed, malas condiciones del tiempo o devorados por los tiburones. Después, durante su detención en la base naval, presenciaron actos de violencia, violaciones e intentos de suicidio y estuvieron todo el tiempo aterrorizados ante la posibilidad de ser enviados de vuelta al país de origen. Como ya se ha explicado antes, la exposición prolongada a estas experiencias traumáticas convierten a los que las sufren en seres vulnerables a desarrollar trastornos siquiátricos, adicción a drogas y alcohol, etc.
De acuerdo a Seligman (1991) las esperanzas de eventos positivos en nuestras vidas y los sentimientos de control de nuestras circunstancias son condiciones que contribuyen al funcionamiento sicológico del individuo. Estas condiciones se estremecen en el mundo del inmigrante. Durante los años de ajuste al nuevo país, el individuo se compara con la población que lo rodea en términos de identidad racial, cultural y étnica (Bemak et al., 2003). En este proceso se adjudican valores y significantes al hecho de pertenecer a un grupo racial o étnico específico. En tal caso, el encuentro con la discriminación racial o cualquier otro tipo de discriminación puede constituir una experiencia desorientadora que afecte tanto nuestra autovaloración como nuestras relaciones interpersonales (Aponte et al., 2000). También los conflictos relacionados con los roles de género, así como las dificultades que provienen de la rápida aculturación que se produce en los hijos versus los padres, constituyen áreas que impactan al individuo. Algunos optan por idealizar los valores, las costumbres y la cultura de la tierra de origen, que se convierten en un símbolo de las parcelas estables de identidad personal y sobre todo una defensa ante la pérdida de esta identidad y las frustraciones que pueden producirse en el proceso de adaptación. Es lo que llaman los psicólogos hipercatesis del objeto perdido. El sentimiento de extrañamiento al enfrentarse a una cultura diferente opta entonces por hiperbolizar los valores perdidos y por la fragmentación de los mismos (Díaz, 2008).
Los aspectos simbólicos de la etapa de separación-individuación de los humanos ha sido caracterizada por las teorías sicológicas evolutivas (Mahler, 1975) y estos mismo aspectos se ven reproducidos en las experiencias de las poblaciones inmigrantes. De acuerdo a Paris (Paris 1978) el sentido de nación constituye una extensión sicológica del sentido de familia, hasta el vocablo madre patria, por ejemplo, lo reproduce. En cierto momento puede surgir el deseo de abandonar a unos padres que han dado poco sostén emocional, (en este caso, el país de origen) y buscar padres nuevos y mejores, (el nuevo país). Los efectos de estas fantasías se observan en el excesivo fervor nacionalista por la tierra de adopción o en los sentimientos de desilusión de aquellos que no logran el éxito en el nuevo país. Para este psicólogo, resulta conveniente para los inmigrantes retornar al lugar de origen a intervalos más o menos regulares, o al menos tener la oportunidad de completar el periodo de “rapprochement” (digamos, reconciliación con sus padres (con la nación) y a la vez completar el proceso de individuación/ separación emocional de los mismos, es decir, de la nación). Este retorno esporádico tiene la función de recargar emocionalmente el arsenal de defensas sicológicas del individuo.
Como se ha descrito anteriormente, durante largos periodos a lo largo de los más de 50 años de exilio, los inmigrantes cubanos no han podido regresar. Para Espín, (Espín, 1987) la interrupción del “rapprochement” cobra un precio caracterizado por periodos de depresión, ansiedad, frustración, sentimientos de culpa, incluyendo la llamada “culpa del sobreviviente” y baja estima personal.
En este sentido, los cambios en la política migratoria que han venido sucediéndose en los últimos años son importantes para entender cómo ha evolucionado la psique de los cubanos en tanto exilados, inmigrantes o desterrados. Y esparcidos por el mundo reproduzcan una diáspora.
Varios autores han descrito las experiencias de las poblaciones inmigrantes a través de paradigmas sicodinámicos. Rothe, Casero, de la Nuez, Akhtar y otros. En todos los casos, se trata de utilizar estos paradigmas de desarrollo para describir las diferentes avenidas por las que puede caminar el individuo que emigra. Y en todos los casos va a implicar la resolución de conflictos intrapsíquicos que tienen sus homólogos en los ciclos naturales de desarrollo o se originan a partir del propio fenómeno de la emigración. Pero siempre se tratará de conflictos. O se resuelven o se estancan y cobran un precio para la salud mental.
En los últimos años hemos sido testigos en el caso de los cubanos de una distensión de estos conflictos por una parte y quizás el surgimiento de otros nuevos.
La mayoría de los inmigrantes cubanos regresan rápidamente. El año pasado unos 400,000 cubanos que viven en Estados Unidos viajaron a Cuba. No tengo las cifras de los que viven en cualquier otra parte del mundo, pero sabemos que para la mayoría que no es desterrada, existe esa posibilidad. Estos inmigrantes por lo general ayudan a sus familias con remesas que constituyen unas de las más altas fuentes de ingreso nacional, solo comparable con el turismo, de acuerdo a algunas fuentes. Las conversaciones telefónicas se producen fácilmente, mediante el uso de tarjetas y cabinas económicas. La internet, aunque no de fácil acceso para toda la población, ha incrementado significativamente las comunicaciones. Estos inmigrantes se asientan por lo general en comunidades mayormente cubanas o latinas, son capaces de restablecer rápidamente la red social que les permita la socialización, la búsqueda de oportunidades económicas y la inserción en un enclave familiar. En muchos casos, sólo los niños aprenden un nuevo idioma, rodeados de otros niños que están en condiciones similares y que también irán el próximo verano a las playas cubanas con sus primos de la isla.
Los períodos de depresión, ansiedad, frustración, sentimientos de culpa, incluyendo la “culpa del sobreviviente,” el sentimiento de extrañamiento, la fragmentación de los objetos significantes de la cultura perdida, la confusión en el proceso de decodificar símbolos y reglas foráneas, el racismo, la separación familiar, disminuyen notablemente o no existen, al menos para la mayoría. El proceso de aculturación se distiende. Las consecuencias mórbidas del reasentamiento disminuyen significativamente al menos para aquellos que no son desterrados. La maldita circunstancia de encontrar un letrero que diga “No Blacks, No Cubans, No dogs” a la entrada del edificio de alquileres, ya no existe.
BIBLIOGRAPHY
FOOTNOTES
1. Estrés: cualquier evento en que las demandas del ambiente o nuestras demandas internas, exceden los recursos de adaptación del individuo.
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