Mientras me preparaba para obtener mi doctorado en economía en 1971, le pregunté un día a Finis Welch, el director del programa, qué le parecía que yo hiciera mi tesis sobre la economía cubana. Finis me sugirió que fuera a ver a Carlos Díaz-Alejandro a la Universidad de Yale donde él era profesor para discutir mi proyecto. Ya yo había oído hablar de Carlos y de su brillante carrera académica pero no lo conocía personalmente. Sin embargo bastó una simple llamada telefónica de mi parte para concertar un almuerzo y varios días después nos reunimos por nada menos que cinco horas en la ciudad de New Haven. Por supuesto el tema era Cuba, de donde yo había salido unos cuatro años antes y él muchos más. Al indicarle a Carlos mis intenciones de escribir mi tesis sobre Cuba, me indicó que ese tema estaba bastante bien cubierto por Carmelo Mesa-Lago y que sería muy difícil hacer contribuciones más allá de lo que Carmelo estaba escribiendo con el material de investigación que había disponible. Estando yo algo familiarizado con los trabajos de Carmelo, enseguida acepté el consejo de Carlos y me dediqué a buscar otro tema para mi tesis. De aquel primer encuentro de una larga serie, salí sin tesis cubana pero con el gran tesoro de la amistad de Carlos Díaz-Alejandro que duró hasta su prematura pérdida en 1985 y con una confirmación de la presencia cimera del profesor Carmelo Mesa- Lago en los estudios sobre la economía cubana de la fase revolucionaria.
Efectivamente, no es nada fácil superar los estudios de Mesa-Lago sobre la economía cubana, resultado de una dedicación fanática al trabajo escolástico y de una disciplina extrema para recoger, compilar y analizar informaciones de diversas fuentes. La parte cubana del libro que a mí me toca comentar es prueba de ésto.
La Parte III del libro es una cronología que yo considero muy precisa de los principales acontecimientos relativos a la economía cubana desde 1959 hasta el presente. Creo que la división en etapas que Mesa- Lago realiza de todo este período es muy útil para captar una idea general del proceso. Debo decir también que Carmelo navega con gran destreza las dificultades que presentan las lagunas de información que abundan sobre la economía cubana, sobre todo la falta de datos estadísticos, lo cual ha sido siempre la eterna pesadilla de todo investigador serio. En cualquier caso, el trabajo de Carmelo es de lectura obligatoria para todo el que esté interesado en la economía cubana durante todos estos años y yo recomiendo su lectura sin reservas de ningún tipo. No obstante, tengo algunas observaciones. Unas son unas interpretaciones alternativas que tengo con relación a algunas de las de Carmelo sobre ciertos sucesos o datos. Las otras observaciones las ofrezco porque me atrevo a creer que pueden complementar el análisis del autor.
DISCREPANCIAS
Yo no creo que se puede hablar de una estrategia de desarrollo de la economía cubana por parte del gobierno revolucionario. La primera prioridad y de orden lexicográfico de la política pública del gobierno cubano ha sido la consolidación del poder permanente de Fidel Castro y, en segundo lugar, su proyección como figura mundial con la que todos tienen que contar. Todo lo que sea economía cubana quedó subordinado a esos objetivos. Lo que más se acerca a una estrategia de desarrollo fueron las medidas que se tomaron en los primeros diez años y así y todo hay razones para sospechar que eran parte de una estrategia política, dadas las profundas y obvias irracionalidades económicas. En este marco, es irrelevante hablar de la eficiencia económica o de la mala administración del gobierno. Es sólo cuando desaparece el bloque socialista que Castro se toma en serio la economía y aún así no se puede decir que adopta una estrategia de desarrollo sino más bien de sobrevivencia del régimen. Desde 1990 se adopta una estrategia de desarrollo del entorno que rodea a Fidel Castro, su economía personal, la de sus más cercanos colaboradores y la de su aparato de seguridad. De hecho, los múltiples impedimentos que Fidel Castro impone a la economía del resto del país, que comienzan desde el llamado Proceso de Rectificación de los mediados de los años ochenta, es más bien una estrategia de no desarrollar la economía con el aparente objetivo de mantener al ciudadano medio en constante jaque y controlado por el gobierno para de ese modo impedir su organización política y su eventual rebelión contra el régimen.
También discrepo de Mesa-Lago cuando este último afirma que el cambio de mercado a planificación fue influenciado por los marxistas occidentales, Huberman, Sweezy, Baran y Mandel, según aparece en la página 182. Como demostró Szulc (1986) en su biografía sobre Castro, desde antes del primero de enero de 1959, Castro tenía como plan el montaje de una economía socialista. El papel que jugaron los marxistas occidentales fue el de suavizar y facilitar la instalación de tal régimen en Cuba y evitar su introducción como si fuera un producto soviético.
No concuerdo con la interpretación al comienzo de la página 201 de que los países socialistas pagaron “precios justos” por el azúcar cubano mientras que Estados Unidos se aprovechó de su posición privilegiada en su comercio con Cuba. Hay que tener en cuenta tres factores: a) Estados Unidos pagaba a Cuba un diferencial de precio como parte del sistema proteccionista azucarero que de hecho subsidiaba un sector enorme de la economía cubana, b) el poder de compra de la moneda “convenio” equivalente a trueque con que los soviéticos pagaban a Cuba era bien inferior al de su equivalente en moneda convertible y c) la doctrina de “precio justo” no tiene cabida en el análisis económico moderno. Si había alguna inequidad en las relaciones comerciales entre Cuba y Estados Unidos habría que buscarla en los Tratados de Reciprocidad Comercial que existieron entre ambos países, pero así y todo creo que sería difícil, acaso imposible demostrar que aquel régimen comercial era inferior al que se desarrollaría con el bloque socialista en su conjunto, aún excluyendo los costos del embargo de Estados Unidos.
Me parece también que hay una pequeña imprecisión al comienzo de la página 213 cuando se indica que la zafra de los diez millones tuvo una serie de metas paulatinas. Yo recuerdo que en 1966, a la sazón trabajando como asesor de inversiones en el Ministerio de la Industria Azucarera, ya existía la meta de diez millones, la cual me parece que existió como tal desde el primer momento en que se anunció semejante plan.
OTROS COMENTARIOS
El análisis de la economía cubana durante la revolución requiere un método heterodoxo de análisis, pues los datos disponibles son los que quiere el régimen que se conozcan y ni son confiables ni cubren todos los fenómenos pertinentes. Por eso, para configurarse un cuadro más completo del acontecer de la economía cubana es necesario complementar, confrontar y convalidar el análisis convencional de los datos disponibles con historias orales de testigos excepcionales a toda una serie de sucesos. Algunos ejemplos, la historia de René Monserrat sobre la suspensión de la publicación de las cuentas nacionales por Ernesto “Ché” Guevara en 1960; la experiencia de las plantas completas de Guevara y la evolución del plan de inversiones; las reservas “del Comandante” y los préstamos de Fidel Castro al gobierno cubano financiados por esas reservas.
Parte de la política de Fidel Castro es evitar que se acumule una memoria histórica verídica si no, en todo caso, una memoria conveniente a sus fines políticos. Hablando con jóvenes investigadores por ejemplo, pocos conocen los orígenes de la planificación en Cuba y ni siquiera saben que JUCEPLAN fue formada en 1960. Todo esto quiere decir que el gobierno tiene interés en que no exista información ni siquiera al alcance de sus propios funcionarios de manera de poder mantener a todos a ciegas. Una prueba de cómo la memoria se borra está en el libro de Figueras (1994) que a pesar de que fue el Jefe del Departamento de Planificación Perspectiva del Ministerio de Industria bajo Guevara omite toda mención del Plan de Industrialización en los comienzos de la revolución. Aunque detesto hacerlo y a riesgo de pasar por muy inmodesto, creo que debo referir mi propio trabajo en este aspecto, Sanguinetty (1999).
Cualquier análisis de la economía cubana debe tener en cuenta la economía del tiempo y las muchas maneras en que el mismo se usa y se malgasta como resultado de la organización económica del país y de las políticas del gobierno. El tiempo de espera como forma de racionamiento adicional que resulta del incumplimiento de las cuotas del racionamiento formal es una fuente inmensa de pérdida económica para la sociedad en su conjunto. En presencia de este fenómeno, las variaciones del Producto Interno Bruto (PIB), no importa con qué metodología se mida, deben ser interpretadas a la luz de las variaciones en el uso del tiempo por parte de los consumidores-trabajadores. El ausentismo puede ser analizado por medio de la teoría de Gary Becker sobre la asignación del tiempo aplicada a Cuba y cómo el gobierno cubano intentó controlar el fenómeno sin éxito por medio del racionamiento del tiempo de ocio. Una vez más, me permito citar otro trabajo mío al respecto, Sanguinetty, 1992.
Un problema metodológico que debe tenerse en cuenta es el de la interpretación del PIB en presencia de racionamiento. Esto se ve más claramente con un ejemplo. Un país A que tiene un PIB de mil millones tiene una economía más desarrollada que un país B que tiene el mismo nivel de PIB pero que sufre de racionamiento. ¿Por qué? Porque en el primer caso la estructura del consumo y del ahorro y la inversión es el resultado de la voluntad de los miembros de la sociedad y en el segundo el de una burocracia o de un dictador. En el país A el PIB representa una mejor medida de bienestar material que en el país B. Si encima del racionamiento, la canasta de bienes de B es radicalmente distinta a la de A (suponiendo que ambos países tengan preferencias similares) el bienestar asociado con ese nivel de PIB es aún menor. Las comparaciones intertemporales del PIB debían ser “deflactadas” cualitativamente por la pérdida de bienestar imputable al racionamiento y a los cambios radicales de canasta, especialmente cuando los consumidores están obligados a comprar lo que determina el estado y no lo que ellos preferirían en un mercado libre.
La economía cubana no se puede evaluar en términos de variaciones de los niveles de producción física (aún cuando se exprese en unidades monetarias) sin incluir un análisis simultáneo de los costos. Por ejemplo, los aumentos de la producción azucarera de los años sesenta con vistas a la zafra de los diez millones pueden haber estado acompañados de aumentos más que proporcionales en los costos de esa producción. Este fenómeno parece que hizo crisis en 1970 cuando los costos, directos y de oportunidad, llegaron a un nivel tal que dejaron al país traumatizado, según las declaraciones de muchos observadores, incluyendo fuentes oficiales. El país carece de información de costos, porque los sistemas de contabilidad no son confiables, los precios están distorsionados (ejemplo el petróleo cuando se contabiliza a una tasa oficial de cambio) y porque el gobierno no tiene interés en que se sepan.
Cualquier consideración que se haga sobre la distribución del ingreso en Cuba no puede dejar de incluir los flujos de bienes y servicios en especie, dados por el gobierno a ciertos beneficiarios que son generalmente altos funcionarios, miembros del partido, militares y otras personas distinguidas en el país, incluyendo deportistas destacados, artistas de renombre, etc. Estos bienes y servicios consisten en viviendas, automóviles, artículos de consumo duradero, y otros artículos de consumo no accesibles a la población. También existen servicios especiales restringidos a la población en general como el acceso a escuelas especiales para los hijos de ciertos personajes, servicios de salud, viajes al exterior, etc. En muchos casos estas dávidas son o han sido administradas personalmente por Fidel Castro quien hace uso de las reservas existentes especializadas al respecto, como son las reservas de viviendas, de automóviles y vehículos y de artículos de consumo duradero. Los más privilegiados hasta han recibido quesos y yogurt de las pequeeñas fábricas supervisadas personalmente por Castro. Estas transferencias no se contabilizan pero parecen ser de tal magnitud como para que dejen una huella significativa en la distribución del ingreso real entre la población cubana.
REFERENCIAS
Figueras, Miguel Alejandro, Aspectos Estructurales de la Economía Cubana, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1994.
Szulc, Tad, Fidel: A Critical Portrait, New York, William Morrow and Company, Inc., 1986.
Sanguinetty, Jorge A., “Non-Walrasian Properties of the Cuban Economy: Rationing, labor Supply and Output,” en Cuba in Transition—Volume 2, Miami, Florida, Association for the Study of the Cuban Economy, Florida International University, 1993
Sanguinetty, Jorge A. “La Industria,” en Efrén Córdova, (Ed.) 40 Años de Revolución: El Legado de Castro, Miami, Florida, Ediciones Universal, 1999.
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