El presente trabajo pretende ofrecer un panorama del comportamiento del comercio exterior cubano en bienes y productos. Incluye el saldo de exportaciones e importaciones, los principales renglones envueltos en esas transacciones, así como la distribución geográfica de esos intercambios.
Los períodos de bonanza que ha conocido el país han coincidido casi siempre con el auge de sus exportaciones. Mas no un amplio abanico de rubros exportables, sino un estrecho diapasón de productos — como el azúcar y el tabaco — que han hallado precios y condiciones arancelarias preferenciales en mercados como el de Estados Unidos.
Una situación parecida a la que hemos observado últimamente en varios países latinoamericanos, que han experimentado apreciables niveles de crecimiento económico debido al boom de sus exportaciones de commodities — materias primas — a China, Estados Unidos y la Unión Europea. En fin, una manifestación de la vigencia del principio de las ventajas comparativas expuesto por el economista inglés David Ricardo en la primera mitad del siglo XIX.
En esas condiciones, y como tendencia general, la economía cubana no se cerró a la entrada de importaciones. Al contrario, los establecimientos comerciales de la isla se vieron colmados de mercaderías de calidad y a precios asequibles. De todas formas, el saldo comercial resultó positivo la mayoría de las veces, amparado por el referido boom exportable.
Por el contrario, cuando los bienes que ofertamos al exterior no han reportado los niveles de ingresos esperados, bien sea por la merma en sus niveles o la no existencia de mercados preferenciales, nuestro saldo comercial se torna negativo, y los gastos en las compras desbordan con creces nuestra capacidad financiera.
Entonces la necesidad obliga a sustituir importaciones, con la consiguiente protección a empresas ineficientes, que a la postre producirán mercancías y servicios que, en condiciones normales, sería mejor adquirirlos en el exterior. Sin embargo, si la política de “sustituir importaciones” rebasa los marcos de la coyuntura táctica y deviene estrategia económica, asistimos al afán de cerrar los ojos ante los beneficios que el comercio internacional les aporta a todas las naciones, así como la necesidad de integración de nuestra economía.
En un primer momento abordamos las relaciones comerciales entre la naciente República de Cuba y los Estados Unidos de Norteamérica; vínculos que incluyen la firma de dos Tratados de Reciprocidad Comercial, uno en 1902 y el otro en 1934. A renglón seguido recorremos la etapa de la revolución de Fidel Castro, hasta llegar a los tiempos que corren. Al final mencionamos la alternativa que creemos viable para encauzar nuestra economía.
DESARROLLO
La segunda guerra por la independencia de Cuba (1895–1898) dejó en ruinas la economía de la isla. Dos elementos bastan para ilustrar semejante debacle: el nivel de la producción azucarera — con mucho, el principal renglón productivo y exportable de Cuba — y los saldos del comercio exterior.
En 1895, cuando aún la contienda bélica no exhibía todo su poder arrasador, se logró una producción de aproximadamente un millón de toneladas de azúcar.
Sin embargo, ya en 1896 y 1900, las cifras fueron de 225 mil y 300 mil toneladas, respectivamente. En cuanto a la balanza comercial, resultó negativa durante el período 1896–1901, es decir, que las importaciones superaron a las exportaciones.1
En tales condiciones fue un portento la firma de un Tratado de Reciprocidad Comercial (TRC) con Estados Unidos en diciembre de 1902, unos meses después de cesar la ocupación militar de la isla por parte de esa nación. Los críticos de ese Tratado — una especie de anticipo de lo que hoy son los Tratados de Libre Comercio (TLC) — argumentaban que, debido a la asimetría entre ambas economías, la nación norteña se convertiría en la metrópoli económica de Cuba, ya que la pretendida “reciprocidad” era un espejismo. Unos pocos productos cubanos entrarían con preferencias arancelarias en Estados Unidos, mientras que infinidad de mercaderías y manufacturas norteamericanas inundarían el mercado cubano.
Sin embargo, esos pocos productos — en especial el azúcar — posibilitarían el advenimiento de una era de bonanza para Cuba. Fueron casi 30 años de crecimiento económico, con saldos positivos en la balanza comercial, y de estímulo para el incremento de la producción azucarera. Lógicamente, con la afectación que provocó la crisis económica mundial de la primera mitad de los años treinta. Las cifras en la Tabla 1 dan fe de lo anterior.
Tabla 1. Cuba: Producción de Azúcar y Saldo Comercial, 1904–1934
Como es lógico suponer, el período 1904–1934 se caracterizó por una alta concentración geográfica y productiva del comercio exterior cubano. Al azúcar le correspondió entre un 70 y un 80% de las exportaciones. En 1904 Estados Unidos asumió el 45% de nuestro intercambio comercial; un porcentaje que se elevó al 65% hacia 1934.2
Precisamente, en 1934, cesó la vigencia del TRC establecido con Estados Unidos en 1902, y se procedió a la firma de otro convenio con similares características. Como antes, el nuevo TRC encontró detractores entre aquellos que censuraban el desigual trato arancelario que recibían los productos de ambos países. Por ejemplo, la lista de productos norteamericanos con tratamiento preferencial en Cuba ascendió a unos 400, mientras que las concesiones otorgadas en Estados Unidos a productos cubanos alcanzaban tan solo a unos 35 artículos.
No obstante, ello no fue óbice para que Cuba conservara los saldos positivos en su balanza comercial (Tabla 2), a pesar de mantenerse con el vecino del norte un alto porcentaje de nuestro comercio exterior.
Tabla 2. Cuba: Exportaciones, Importaciones y Saldo Comercial, 1935–1960 (millones de pesos)
De igual forma, el azúcar continuó como el renglón insignia de nuestras exportaciones, y las zafras seguirían expandiéndose. De una ligera recuperación hacia 1946 con 3,9 millones de toneladas, pasó a 5,9 en 1948, hasta alcanzar un tope de alrededor de ocho millones en 1952.3
Así las cosas, en 1959 se produjo el arribo de Fidel Castro al poder. De inmediato comenzó una ola de estatizaciones y nacionalizaciones de la propiedad, con el consiguiente desajuste de los procesos productivos. La expropiación de las empresas y bienes norteamericanos, sin que se produjera una indemnización, dio lugar a una reacción de Washington, que consistió en un embargo económico — en Cuba se le llama bloqueo — que dura ya más de medio siglo.
Pronto la isla comenzó a recibir la ayuda de la Unión Soviética, sobre todo tras la declaración del carácter marxista-leninista de la revolución. Hacia 1970, cuando todavía los gobernantes cubanos no habían caído totalmente en las redes de Moscú, la isla pretendió una zafra azucarera colosal que propiciara los ingresos necesarios para saldar la deuda que ya se tenía con los soviéticos. En verdad fue una gran zafra — 8,5 millones de toneladas, la mayor hasta ese momento — pero que no alcanzó el plan de 10 millones de toneladas. Semejante esfuerzo productivo ocasionó un gran desbarajuste en el resto de los sectores de la economía, por cuanto fueron cerrados numerosas oficinas y centros laborales, y sus empleados llevados a los campos de caña. Además, cuantiosos recursos materiales y financieros se desviaron en aras del frustrado objetivo.
A partir de 1972, con la entrada de Cuba en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), la isla accedió definitivamente a los mecanismos de integración de los países del denominado “socialismo real.” Cuba se convertía en la azucarera del CAME, además de desarrollar otros rubros exportables como el níquel, el tabaco y los cítricos. Aun en condiciones de cierta estabilidad comercial, el país no pudo desprenderse de los saldos negativos que ya arrastraba desde 1961, lo que dio lugar a una abultada deuda financiera con la Unión Soviética; un monto por cobrar que se acreditó Rusia tras la desintegración de ese multinacional país (Tabla 3).
Y sobrevendría la debacle en los años 90, un lapso que la propaganda oficial comenzó a denominar “período especial en tiempo de paz.” La caída del comunismo europeo significó la pérdida de buena parte del comercio exterior cubano (Tabla 4). En especial se derrumbaron las exportaciones, ya que la carencia de recursos de todo tipo afectó el sistema empresarial, incluyendo a las entidades que producían para exportar. En el monto de las importaciones comenzó a gravitar la factura petrolera, que ya no podía adquirirse a precios inferiores a los del mercado mundial, tal como había sucedido en los tiempos del intercambio con la Unión Soviética.
Tabla 3. Cuba: Exportaciones, Importaciones y Saldo Comercial, 1965–1990 (millones de pesos)
Tabla 4. Cuba: Exportaciones, Importaciones y Saldo Comercial, 1991-2004 (millones de pesos)
Como muestra la Tabla 4, no sería hasta el primer decenio de la actual centuria que la economía cubana daría signos de alguna recuperación. Ello fue posible porque el gobierno acudió a algunas palancas del mercado que despabilaron la anquilosada economía. Por ejemplo, se amplió el marco para el trabajo por cuenta propia, reaparecieron los mercados agropecuarios de oferta-demanda, y la inversión extranjera conoció determinado auge.
El período especial golpeó con fuerza a la producción azucarera. De una zafra todavía alta de siete millones de toneladas en 1992, bajó a cuatro en 1993, y tocó fondo en 1995 con apenas 3,1 millones de toneladas.4 Estas bajas producciones, más el alto costo con que se estaba fabricando el azúcar, llevaron a las autoridades a desactivar la mitad de los centrales azucareros. De esa forma, el azúcar abandonaba el sitial preponderante que siempre había ocupado en nuestras exportaciones. Por ironías de la vida, ello tenía lugar cuando el precio internacional de este producto alcanzaba en el año 2010 los 0,30 centavos de dólar la libra, el más alto en las últimas dos décadas.
Así llegamos a la situación actual de la economía cubana. Los servicios profesionales —principalmente del sector de la salud — y el turismo se han convertido en la principal fuente de ingresos para el país. Solo en el caso de los servicios profesionales, los datos en la Tabla 5 dan fe de su peso en el total de las exportaciones del país. La producción y exportación de bienes, por su parte, siguen sumamente deprimidas, tal y como muestra la Tabla 6.
Tabla 5. Porcentaje de Servicios sobre las Exportaciones
Tabla 6. Cuba: Exportaciones, Importaciones y Saldo Comercial, 2008–2011 (millones de pesos)
Debemos señalar que, a partir del 2003, la balanza comercial total de Cuba observa cierto equilibrio debido al pago por Venezuela de los cuantiosos servicios médicos que prestan los profesionales cubanos. No obstante, el ambiente de volatilidad en que se desarrollan esos servicios médicos, en el fondo, debe de inquietar a los dirigentes de la economía cubana. En el caso de Venezuela, por una hipotética salida del poder de los simpatizantes del chavismo, y en otros escenarios debido a cierta desconfianza hacia la pericia profesional de los médicos cubanos.
Por tanto, la estrechez financiera que suponen los saldos negativos en el comercio de bienes ha llevado a las autoridades a enarbolar una campaña en pro de la sustitución de importaciones. Sin embargo, semejante exhortación trasciende los marcos de una táctica coyuntural y asume ribetes estratégicos, pues los gobernantes no cesan de censurar el libre comercio, al que consideran un arma de “las malvadas políticas neoliberales.”
Ellos se obstinan en ignorar, por ejemplo, lo expuesto por el académico Jaime Requeijo en su texto Economía Mundial: “El comercio, naturalmente, plantea una serie de problemas que han dado lugar a la vieja y sempiterna polémica libre cambio-protección. Pero, sin dudas, las corrientes comerciales hubieran aumentado a un ritmo mucho más lento, y los partidarios de la protección hubieran ganado casi todas las batallas, si los beneficios del comercio internacional no hubiesen sido siempre más importantes que los costos que genera.”5
Y en cuanto a la distribución geográfica del intercambio comercial cubano, nuevamente la isla cifra su destino en una nación: en este caso la Venezuela chavista. Antes, la abrupta suspensión de las relaciones comerciales con Estados Unidos o la Unión Soviética sumieron a Cuba en el desamparo. Ahora, una salida del poder en Caracas de los partidarios del socialismo del siglo XXI, podría conllevar para los cubanos una debacle de incalculables consecuencias.
Aunque no aparecen con precisión los datos acerca de la exportación de servicios a Venezuela, se estima que, solo en los bienes y productos, el intercambio entre los dos países representa más de la mitad de nuestro comercio exterior.
CONCLUSIONES
Si la Historia, tal y como aseveran los especialistas, nos sirve para saber dónde nos encontramos, y hacia el lugar adecuado al que debemos dirigirnos, entonces todo indica que Cuba necesita un tratado de libre comercio (TLC), parecido a los Tratados de Reciprocidad Comercial que firmó con Estados Unidos durante nuestra etapa republicana (1902–1958). Únicamente así nuestros rubros exportables serán capaces de financiar holgadamente nuestras importaciones.
Mas no un TLC con cualquier nación. Debe de ser una contraparte que posea una economía complementaria a la nuestra. Es decir, que necesite de nuestros productos primarios, y a cambio proporcione los equipos, mercadería y manufacturas que ayuden a mitigar la escasez que padecen los consumidores cubanos. Esos conceptos marxistas de “la teoría de la dependencia” y “el intercambio desigual,” que censuraban las exportaciones de commodities a cambio de productos terminados, ya no parecen tener validez.
Es de destacar que Venezuela no apunta como el socio que Cuba requiere para la firma de un TLC. Nuestras economías no son complementarias, pues ambos exportamos e importamos los mismos grupos de productos. La contraparte de Cuba para ese fin pudieran ser Estados Unidos, la Unión Europea o China. En el caso de los dos primeros, a no dudarlo, harían falta también cambios políticos en nuestra sociedad.
Porque el camino de Cuba, a la larga, no consiste en la sustitución de importaciones, sino en vigorizar el sector exportador — la nueva ley de inversión extranjera, por ejemplo, pudiera potenciar el hoy maltrecho sector azucarero — con productos que encuentren precios y condiciones arancelarias preferenciales en mercados seguros.
Por otra parte, la política de basar los ingresos del país en la exportación de servicios técnicos y profesionales, en especial los del sector de la salud, es poco viable y además riesgosa. En primer término, porque esos servicios no crean encadenamientos productivos que favorezcan el desarrollo de otros sectores de la economía. Y en segundo lugar — como apuntamos en el desarrollo del texto — debido a que, si los receptores de esos servicios deciden renunciar a ellos, nuestras finanzas pudieran colapsar.
Tenemos que insertarnos en las corrientes modernas del libre comercio y la integración económica, y dejar atrás estrategias fallidas que no condujeron al crecimiento ni al desarrollo.
FOOTNOTES
1. Colectivo de Autores. Historia de la Nación Cubana (tomo IX). Editorial Historia de la Nación Cubana. La Habana, 1952. Producción de Azúcar (toneladas) Balanza Comercial (millones de pesos) Exportaciones Importaciones Saldo
2. Pino Santos, Oscar. Cuba: Historia y Economía. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1983 Año Exportaciones Importaciones Saldo
3. Idem.
4. De Miranda, Mauricio. “Los problemas del desarrollo económico y la inserción internacional,”Encuentro de la Cultura Cubana no. 32, primavera de 2004. Año % Año Exportaciones Importaciones Saldo
5. Requeijo, Jaime. Economía Mundial. McGraw-Hill Interamericana de España S.A.U., Madrid 2002.
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