Pocas veces el ejercicio del deber profesional se presenta asociado a un país al cual, como la República Dominicana, me unen años de trabajos fecundos compartidos con distinguidos dominicanos como Don Hipólito Mejía. En esos años, tuve la suerte de acompañar el renacimiento de la República Dominicana, tras una de las tiranías más obscuras de América. Tanto para mi distinguido amigo Ingeniero Mejía como para mí, estoy seguro que Cuba y la República Dominicana constituyen un contínuo, donde las diferencias de las banderas se atenúan ante la multitud de elementos similares.
El trabajo de Mejía abarca un extenso escenario agrotécnico y agroeconómico. Con toda propiedad se refiere a cómo, en los últimos años, nuevas tecnologías se han desarrollado en diversos países. El reloj de la civilización se aceleró cuando el hombre, hace apenas medio siglo, aprendió a escribir programas para que las computadoras ejecutaran las más complejas operaciones. Pocos entonces imaginaron que otra computadora, una que ha venido perfeccionándose durante cuatro mil millones de años, sería pronto objeto de manipulaciones capaces de generar resultados biológicos insospechados. Nos referimos a los programas genéticos codificados por el DNA, sujetos ahora a adaptaciones útiles en la agricultura, la medicina y otros campos.
Pese a esas prometedoras hazañas de la ciencia, no debemos perder de vista que el hombre no sólo está limitado por la capacidad de sus máquinas, sino también, y de manera muy importante, por el entorno de la naturaleza, dentro del cual surgió como especie y al cual se adaptó so pena de perecer. En este contexto, no debemos olvidarnos de la debida atención a los recursos naturales como el suelo. Nuestras experiencias en Cuba, la República Dominicana, Jamaica y Haití nos indican que graves problemas en el desempeño ordenado y próspero de esos pueblos, inevitablemente se presentarán si no se otorga al suelo la jerarquía que merece como uno de los recursos más preciosos del hombre.
Destaca Don Hipólito la importancia de la competitividad, que a nosotros nos parece algo así como el nudo gordiano que el Tercer Mundo tiene que deshacer. Porque en la competitividad vienen a incidir, como señala Mejía, diversas causas. Dice él: “En el mundo de hoy son los países los que tienen que ser competitivos. Es muy difícil a las empresas lograr niveles altos de eficiencia en un país que no lo sea.”
O sea, un país no será eficiente, a menos que entre los valores de su sociedad se incorporen, destacadamente, aquellos que contribuyen a la eficiencia del individuo, de la familia y de las empresas. En otras palabras, lo que concluimos del trabajo de Mejía en este aspecto es que un país que quiera ser competitivo requiere, ni más ni menos, crear en su pueblo una cultura de la eficiencia. Compartimos las indicaciones hechas sobre los componentes que deberían incluirse en una estrategia para desarrollar la competitividad. Impulsar el desarrollo tecnológico figura, merecidamente, en el primer lugar. ¡Cuán frecuentemente, cuando abrimos el periódico nos sorprenden noticias, casi de ciencia ficción, relativas a descubrimientos o inventos en la biotecnología, la medicina, la electrónica, la cosmología, etc! ¿Es posible para algún país dejar de impulsar el desarrollo tecnológico?
Disponer de los recursos financieros es otro requisito destacado por Mejía. No podemos extendernos, pero conviene señalar respecto de los altas tasas de interés en el Caribe, que dichas tasas, entre otros factores, reflejan el nivel de riesgos. En la medida en que nuestros países sean estables y que la comunidad de prestatarios honre fielmente sus compromisos de pagos, por leyes naturales de economía y de finanzas, esas tasas de interés deben descender.
Otros componentes de la estrategia para alcanzar la competitividad son señalados en el trabajo. Entre ellos quisiéramos destacar la promoción de políticas balanceadas para todos. La falta de políticas balanceadas es usualmente el producto de prácticas corruptas. Al repecto valdría decir que si a la corrupción se le considera un obstáculo al desarrollo, por los recursos que directamente succiona, yo creo que la corrupción, por el desaliento que genera en el seno de la sociedad y la pérdida de estímulo consiguiente, posiblemente constituye un gravamen mayor para los países que la propia malversación directa de recursos.
UNA MISMA GEOGRAFÍA
Subrayando la existencia de una misma geografía, Mejía sugiere la oportunidad de que la República Dominicana y Cuba puedan emprender acciones de desarrollo de manera conjunta. Compartimos esa sugerencia para que, en el momento apropiado, se explore la factibilidad de proyectos como el siguiente.
La República Dominicana y Cuba, con dinamismo y sentido común, deberían procurar acuerdos de cooperación técnica y científica con los centros internacionales de investigación, y otros centros públicos y privados. Países como la India e Israel, con áreas que comparten condiciones ecológicas del Caribe y que disfrutan de un alto nivel tecnológico, podrían brindar una asistencia muy efectiva. La captación inmediata de informaciones y material genético ya disponibles daría un gran impulso a las dos naciones antillanas. Ello permitiría a ambas, como señala Don Hipólito “interpolar aquellas experiencias positivas que tengan lugar en sus países o en la región, sin verse expuestas a grandes costos de ajuste, para garantizar su éxito.”
Deseo terminar expresando mi satisfacción por haberme correspondido el privilegio de comentar un trabajo que revela la capacidad del Ingeniero Hipólito Mejía para ver y comprender, en su complejidad, los retos a los que deberá dar adecuada respuesta la República Dominicana.
Leave a Reply