El régimen que encabeza Fidel Castro desde hace ya 44 años, plantea como objeto de estudio, entre muchas otras dimensiones, las del examen cuidadoso de procesos electorales y élites políticas. Un planteamiento usual es el que afirma que en Cuba no hay elecciones o elecciones competitivas y, subsecuentemente, la ausencia de democracia; el otro planteamiento—no menos usual y repetido—es el de percibir y proyectar la imagen del poder en Cuba centrada absolutamente en la figura de Fidel Castro, sin que nada más ni nadie más sea relevante o importante. A esto último, ha seguido un cierto, y más reciente, corolario que otorga a la desaparición física de Fidel Castro poderes mágicos en cuanto a condicionar lo que podrá o no podrá suceder después en términos de cambio de régimen, transición, sucesión o continuidad. Y de aquí la especial atención obsesiva a su estado de salud, desmayos, incoherencias, y el mal funcionamiento de otros signos vitales.
El presente análisis se propone examinar estas dos dimensiones—elecciones y élites políticas—con el objetivo, primero, de pasar revista a ambas desde una óptica crítica y que resuma sus rasgos más sobresalientes en las cuatro primeras décadas del régimen cubano, esto es, de los rasgos que el autor considera que marcaron hitos importantes para la proyección actual de esas dos dimensiones. En segundo lugar, y mediante la discusión del último proceso electoral celebrado en Cuba entre octubre del 2002 y febrero del 2003, analizar el comportamiento de ambas dimensiones en los albores de este tercer milenio.
ANTECEDENTES
En marzo de 1959, ante un multitudinario acto frente al antiguo Palacio Presidencial, Fidel Castro, al referirse a la celebración de elecciones en un futuro próximo, recibió un atronador rechazo a semejante idea de parte de los centenares de miles de asistentes. Como testigo personal y participante de aquello, nunca pareció cosa orquestada o manipulada, sino una reacción acumulada a la que Fidel Castro apostó con toda seguridad de obtener dicho resultado. Los términos políticos o legales de aquel rechazo nunca fueron delimitados y así aquel “No” a las elecciones proclamado en plaza pública sirvió como uno—otros muchos que desbordan los marcos de este análisis también sirvieron a ese fin—de los componentes públicos legitimadores a la conformación del régimen revolucionario tal cual se conoció de 1959 a 1976, fecha en que culmina el proceso de formación e implantación del así llamado Poder Popular.
De 1976 hasta 1992, con la adopción de una constitución aprobada—de acuerdo a cifras oficiales— mediante casi el 100% de los electores, se han venido celebrado comicios o elecciones generales cada seis años. En la primera de ellas, el Partido Comunista de Cuba (PCC) orientó a sus militantes a votar por uno de los varios candidatos, hasta seis en total, que aparecían en los boletas con sus biografías para conocimiento de los electores. Por un lado, el número de precandidatos ha ido disminuyendo hasta reducirse a dos. En cuanto al procedimiento del PCC indicando a sus militantes por quien votar de manera directa, éste fue desestimado para las siguientes. Si bien el PCC no proponía ni lanzaba formal o públicamente los nombres de los candidatos, todos los electores o votantes en las asambleas de vecinos por circunscripción sabían que en la abrumadora mayoría de los casos los nombres surgidos como candidatos tenían el beneplácito del Partido, aunque no necesariamente fueran militantes del mismo.
La llamada Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), o parlamento cubano, se constituyó por dos grupos. Uno, designado mediante deliberación o ratificación del Buró Político en representación de cargos y posiciones de Partido y Gobierno que se consideraban, por su importancia para el funcionamiento del país, debían estar representados en la ANPP (poco más del 50%). Estos designados, generalmente, aparecían también como elegidos o votados en diferentes circunscripciones, las que en su mayoría abrumadora no coincidían con sus áreas reales o verdaderas de residencia. El segundo grupo, estaba integrado por delegados de las asambleas provinciales, escogidos usualmente entre nóminas previamente preparadas o santificadas por las instancias provinciales y nacionales del Partido. Y como diputados nacionales no tenían que ser votados pues ya lo habían sido por sus circunscripciones o—como se argumentó entonces—por elección indirecta en tanto que el Buró Político, por un lado, y las asambleas provinciales, por el otro, devenían en una suerte de Electoral College o Gran Elector con poderes supremos.
Para julio de 1992, y bajo el impacto de la crisis interna que sobreviene luego de los acontecimientos externos de 1989-1991, entre las limitadas reformas que se acometieron entonces, estuvo la adopción de una nueva ley electoral (Ley Electoral Reformada Núm. 78, 10/29/92), que introdujo variaciones significativas. El cambio más importante, consistió en que todos los propuestos para diputados a la ANPP (609 integrantes en la actualidad) debían ser electos o votados individualmente y por más del 50% de los votos. En otras palabras, aunque se conservaba el mecanismo de la designación de los candidatos para representar a ambos grupos (50-50) en la Asamblea Nacional, con la particularidad de que ambos grupos ahora, y sobre bases individuales, tenían que ser electos o votados, con lo que se ponía término a los procedimientos de elección indirecta y se quebraba la imagen monolítica al individualizarse la elección y exigir como requisito no menos del 50% de los votos. Ello abría una diversidad de espacios para formas de voto negativo o de castigo, y en torno a éste las más diversas formas de movilización política y transmisión de mensajes y desafíos al régimen. Para este último, tales espacios y desafíos no pasaban inadvertidos, formaban parte de los riesgos previsibles y formaban parte de las limitadas reformas por entonces acometidas.
En el transcurso de esas décadas, las élites políticas históricas—el núcleo gestor y conductor de la gesta insurreccional y del régimen revolucionario posterior a 1959—se agotaban por diversas vías (fracasos repetidos, abusos de poder, incapacidad reiterada, corrupción, burocratización, intolerancia desmedida, conflictos sectoriales, choques de personalidades, pérdida de carisma y otros) hasta ver reducido su número a la mínima expresión que hoy son.
Sin embargo, en ese proceso de agotamiento, la dirigencia cubana supo advertir y recrear con no poco éxito el dilema del relevo generacional, esto es, el proceso de una promoción sistemática de jóvenes a lo largo y ancho de la totalidad de la estructura de poder y de toda la sociedad civil sobre la que dicho poder descansa.
A esta altura, afloraban públicamente tendencias nunca antes vistas. Primero, el V Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), en 1988, y bajo la dirección de Roberto Robaina, daba cabida a planteamientos críticos a políticas y viejos dirigentes que se resumían en el planteo más aplaudido de todos: A la generación responsable de todos y tantos errores, no le era posible asumir y resolver con la capacidad crítica necesaria los errores del pasado. Esto sólo era posible por parte de una nueva generación.
Con tonos más conciliadores, pero con una igual carga demoledora de críticas, en 1990, aparece la discusión del documento conocido como Llamamiento del Partido al IV Congreso, cuya redacción y debate fueran promovidos por el entonces binomio Raúl Castro-Carlos Aldana. En éste, se reconocía plenamente la existencia del dilema generacional, aunque no en los términos críticos del V Congreso de la UJC. En cambio, razonaba la existencia de tres grupos pertenecientes a tres generaciones diferentes: la que hizo y defendió la revolución en sus inicios o generación histórica; la generación intermedia en sus 40 por entonces (hoy bordeando los 50) y la tercera o generación más joven, y de donde fluían los cuadros y figuras dirigentes—entiéndase bien, las nuevas élites políticas—de un presente y futuro relevo de la élite histórica. Esta última, con muy contadas excepciones todavía, ya ha dejado de ser la fuente principal de donde emergen figuras para nuevos cargos o recambios.
Estas tendencias comenzaron a ser advertidas en el exilio, con el debido rigor científico, en los comienzos de la última década del siglo XX por el equipo multidisciplinario de Florida International University (FIU) en su primer estudio sobre transición en Cuba. Los cambios operados en la dirigencia cubana en el transcurso de esa misma década, fueron confirmando más ampliamente la documentada constatación preliminar aportada por el equipo de FIU.
La segunda mitad de esa misma década aportó nuevas evidencias. En 1996, durante el único desfile militar conmemorativo de estos últimos 20 años, el general de brigada que lo encabezó nada tenía que ver con las élites históricas, ni por edad, ni por nexos familiares o de otro tipo. Estábamos ante una nueva generación de jefes militares, un componente clave de las nuevas élites. Un año más tarde, la celebración del V Congreso del PCC servía para aportar más evidencia a la tendencia que confirmaba una profunda transformación en la composición de las élites políticas del régimen cubano.
ELECCIONES
Después de 26 años de procesos electorales, entre octubre del 2002 y febrero del 2003 tuvieron lugar los últimos comicios. Son sabidas, consabidas y reiteradas las objeciones que se les hacen, pero hasta hoy el resultado último ha continuado siendo el mismo: el votante o electorado ha refrendado abrumadoramente, la opción ante ellos presentada por el régimen. Algunas lecturas y propuestas nuevas deberían producirse para refrescar la aproximación a y el análisis de este fenómeno. Nuestra contribución de hoy apunta en esta dirección y las últimas elecciones son para ello una excelente oportunidad.
Comencemos por constatar que luego de 10 años de una ley electoral reformada—como ha sido descrita más arriba—ninguna corriente política de la disidencia u oposición interna ha podido estructurar la movilización efectiva de un voto negativo o de castigo; tampoco el exilio y mucho menos una concertación entre ambas fuerzas. Se puede diferir en la interpretación, pero el hecho es uno: tal cosa no se ha logrado, nadie se la propone coherentemente y para casi todos parecería como si ello no fuera importante.
Al régimen cubano, le interesa el proceso electoral tal cual lo ha reestructurado pues en ello tiene un importante instrumento de legitimación interna y externa. Ha exhibido y divulgado con creces las cifras obtenidas porque ellas mostraban un apoyo abrumador gracias a los múltiples mecanismos utilizados en promover una asistencia casi total a las urnas. Pero no olvidemos lo siguiente: Lo que pasa dentro del local donde el votante ejerce su derecho ante la urna, sin fiscalización ninguna, con la boleta en sus manos, es algo que hasta hoy no se ha transformado en un recurso de descontento, mucho menos de oposición. Y en cuanto al argumento de cifras alteradas o pucherazos mayúsculos, la observación directa muestra que, simplemente, no le ha sido necesario y de ahí el recurrente despliegue publicitario en torno a las cifras.
Votar, aunque sea con mil restricciones, es importante. Tan sólo recordemos cuando en el seno del IV Congreso del PCC se instituyó el voto individual y secreto hubo delegados que no apoyaron las candidaturas de Fidel y Raúl Castro; pocos, pero los hubo, y hubo varios miembros del Buró Político que sacaron cantidades risibles en tanto miembros del Comité Central sacaban más votos que varios miembros del Buró Político. Y esto envió un claro mensaje, con múltiples implicaciones.
Y lo más curioso del caso es que esta vez, en el curso de las últimas elecciones, sin ser convocados ni orientados, un sector importante de la población, de una manera o de otra, decidió no refrendar la candidatura única del régimen. Veamos las cifras correspondientes a las municipales, que son las más importantes y representativas en alguna medida.
El término representativa no debe promover debates innecesarios; se aplica porque en las municipales los votantes o electores conocen perfectamente a los candidatos; es su vecino, comparten los mismos problemas, interactúan, compran en la misma bodega o compran por debajo de la mesa al mismo vendedor, van al mismo médico o policlínico y, por tanto, se le conoce perfectamente y esto influye en condicionar la manera en que muchos emiten su voto y que de ahí se califique como más representativa en oposición a la mayoría de los designados, donde no concurren semejantes circunstancias de conocimiento directo e interacción.
Pasemos ahora al examen cuidadoso de las cifras de las últimas elecciones municipales:
• Electores en el registro: 8 352 948
• No votaron: 4.25%
• Boletas en blanco: 2.78%
• Anuladas: 2.54%
El por ciento total de voto negativo (o de opositores o algo parecido para describir las tres categorías) era de un 9.57%. Redondeando, casi 850 000 personas, lo que puede sugerir que la cifra no anduvo lejos del millón.
En este punto, habría que recordar otros dos componentes que influyen en la configuración de las cifras finales de voto negativo o voto de castigo. Una es estimar o suponer que en esos 850 000 se incluyen de alguna manera aquellos que de manera explícita han solicitado participar del sistema de visas para marchar a los EE.UU. y que suman casi medio millón de solicitantes.
Lo otro es recordar que la ley electoral no incluye a la emigración que aún conserva su ciudadanía cubana y recordar también—cuestión ésta no menos importante—que en el seno de la ANPP hubo diputados que se pronunciaron a favor de adoptar la doble ciudadanía, con obvias implicaciones directas para el mecanismo electoral, moción ésta que fue desestimada.
De las cifras más arriba expuestas, es necesario proponernos el examen de varias hipótesis bien importantes.
• La primera de ellas es que la cifra de voto negativo o de castigo no ha sido producto de una estrategia o táctica de la oposición organizada; mucho menos del exilio también llamado por algunos históricos.
• Una segunda, es que los documentos más importantes promovidos por la oposición—los de Payá Sardiñas y Cuesta Morúa—luego de largos meses de proselitismo alcanzaron apenas, respectivamente, poco más de unas decenas de miles respectivamente. Esta hipótesis, es sólo con el propósito de hacer ver el abismo enorme que existe ente las muy modestas cifras obtenidas por ambos proyectos y el casi millón de voto negativo o de castigo de estas últimas elecciones; este abismo nos muestra cuán lejos está la oposición organizada o disidencia y el exilio de ser capaz de orientar, movilizar y captar coherentemente esos centenares de miles.
• Una tercera hipótesis, es que ese casi millón de votos puede estar reflejando también el voto de ese medio millón que busca irse del país. Si esto es así, la importancia o trascendencia del casi millón se relativiza y pierde potencialidad. Esto además ratificaría que una de las causas primordiales en explicar las debilidades del exilio y de la oposición interna, ha sido y sigue siendo lo que puede caracterizarse como patrón de evasión, esto es, que la mayor parte de los descontentos más agudos no se orientan ni se vertebran en términos contestatarios ni alimentan a las fuerzas de oposición, sino que se limitan a procurar la salida del país y, una vez fuera, su desactivación política es abrumadora.
• La última hipótesis con respecto a estas cifras, es contemplar la posibilidad de que el régimen mismo pueda o no acometer las políticas de cambios y mejoras locales y territoriales que les permita, eventualmente, detener y revertir la tendencia de tales cifras.
Para ambos—régimen cubano y oposición—tales hipótesis habrán de configurar, en buena medida, sus potenciales protagónicos a corto y mediano plazo.
Cuando el 19 de enero del 2003 los candidatos a diputados—designados entre la masa de delegados votados en las municipales—fueron sometidos a votación popular en elección general o nacional o de ratificación de los designados, casi un 9% rechazaba, de una forma o de otra, validar las candidaturas a diputados. La variación entre las municipales y las nacionales era apenas de un 1%. A diferencia de todos los anteriores procesos electorales, donde el gobierno pudo exhibir cifras entre el 95% y más del 98%, en esta ocasión las cifras oscilaban entre un 90% y un 91%.
Tales cifras jamás se habían producido anteriormente y su admisión pública era no menos inusual. Una simple progresión aritmética—y esta es otra importante hipótesis—pudiera crear en un plazo de seis años proporciones numéricas que echarían por tierra completa y definitivamente la imagen monolítica del pasado, consolidaría la imagen de un sector lo suficientemente numeroso y amplio que resulte imposible ocultarlo, desmeritarlo y continuar desconociéndolo política y legalmente, aún en los términos de su propio marco constitucional y jurídico.
Y todo esto que puede parecer poco importante para muchos acá y que otros ignoran o silencian, tuvo un impacto político enorme dentro de la estructura de poder en Cuba. Mientras que muchos dirigentes del PCC y del gobierno estimaban que los resultados eran—considerando las extremas tensiones económicas y sociales del período—muy satisfactorios, para Fidel Castro los resultados eran punto menos que inadmisibles. De inmediato, convocó sesiones de examen pormenorizado de las cifras y abundantes críticas y advertencias recayeron sobre los dirigentes de provincias con las cifras más altas de aquello que podía ser claramente identificado como voto negativo o de castigo. Cambios ulteriores entre estos dirigentes sugieren una clara conexión entre estos últimos y las cifras de dichas elecciones.
Curiosamente, varias de las provincias con las cifras más alarmantes eran aquellas más expuestas a la inversión extranjera y el turismo como Ciudad de La Habana (13.45%), Matanzas (10.20%) y Holguín (9.31%), en tanto que territorios como las provincias de La Habana, Pinar del Río, Cienfuegos y varias de las orientales se distinguían por sus bajos índices de voto negativo o de castigo pese a encontrarse en peores circunstancias económico-sociales que las primeras. Este fenómeno, nos recuerda una vez más la imperiosa necesidad de territorializar los estudios sociopolíticos de la realidad cubana pues se hace cada vez más evidente que no es posible una lectura lineal de los patrones de conducta social y política ni hablar del pueblo ni reclamar su representación en términos absolutos y lineales.
Las cifras, nuevamente, sugieren la necesidad de prestar más atención a dos cuestiones de especial importancia. Son ellas, primero la necesidad de constatar y analizar que los patrones de votación ofrecen algunas significativas variaciones territoriales por provincias y, segundo, que en la mayoría de los casos más importantes señalados hay una clara coincidencia entre los más altos índices de voto de castigo con los tres territorios (provincias) de más alto grado de inversión extranjera y de turistas, cuestión esta que puede servir de importante referencia para el interminable debate en torno a los pro y los contra del embargo y el turismo.
También vale la pena observar como otro importante resquicio de castigo tampoco era utilizado en esta ocasión: No hubo votaciones individualizadas en ningún caso significativo y se votó a favor o en contra en bloque, con lo que la consigna gubernamental del voto unido o votar por toda la lista completa de candidatos, de una manera o de otra prevaleció en lugar de ejercerse votaciones masivas selectivas para individualizar y penalizar los casos más conspicuos.
Debe recordarse que la consigna del Voto Unido o Votar por Todos surgió después de la reforma de la ley electoral y su objetivo era, y sigue siendo, que la fragmentación del voto o votar individualmente por unos y no votar por otros podía traducirse en que muchos candidatos quedaran sin votos suficientes, sobre todo entre los candidatos designados del poder central. Podía ser no ya un problema de segunda vuelta, sino otro mecanismo de castigo que podía emplearse de muy diferentes maneras y que hasta hoy no ha sido propuesto ni empleado de esta manera. El régimen se preocupó con creces cuando advirtió, mediante encuestas realizadas con posterioridad a la reforma electoral, cómo muchos encuestados se inclinaban por votar por unos y no por otros, esto es, de manera diferenciada o selectiva en el caso de los designados. La solución—mantenida hasta ahora—fue la de estructurar una muy fuerte propaganda a favor del Voto Unido. Muchas experiencias útiles pudieran experimentarse por esta vía con resultados bien interesantes, cosa esta hasta ahora desestimada por completo por la oposición interna y el exilio.
LAS ÉLITES
Los primeros estudios de una década atrás ya indicaban claramente un importante ascenso social y político entre las generaciones intermedia y más joven. La tendencia en esta última década continuó ganando terreno y expandiéndose hacia nuevas categorías de actividades y rangos hacia los que estas nuevas élites crecían de manera significativa.
Esto empezó abarcando varios sectores del espectro de la sociedad civil, el PCC y el gobierno; hoy abarca su totalidad. Veamos algunas de esas categorías y rangos:
• A nivel de Buró Político, se promovían jóvenes de la llamada generación intermedia como Carlos Lage, Abel Prieto, Yadira García, Roberto Robaina, Juan C. Robinson, Pedro Sáez y Jorge L. Sierra, hoy situados entre los 43 y los 53, esto es, nacidos entre 1951 y 1961.
• A nivel de primeros secretarios del PCC en la totalidad de las provincias la edad oscila entre los 43 y 50.
• A nivel de Consejo de Ministros, los cambios han sido mayores. Los ministerios de Relaciones Exteriores, Comercio Exterior, Finanzas y Precios, Auditoría, Transporte, SIME, Salud Pública, y Ayudantía del Presidente, se encuentran en manos de figuras por debajo de los 40 años, mientras Justicia, Fiscalía General, Cultura, Agricultura, Industria Pesquera, y el Equipo de Coordinación y Apoyo del Comandante en Jefe, se encuentran en manos de figuras de la generación intermedia entre los 45 y los 53.
• Las elecciones 2002-2003 fueron igualmente ilustrativas y marcan notables ascensos con respecto a 1992-1993. De los 14 946 delegados votados a nivel de circunscripción, un total de 6 652 están por debajo de los 40 años de edad y 4 847 entre 41 y 50 años, cifra que sobrepasa por amplio margen los dos tercios de los mismos. Igualmente notable fue el ascenso femenino con un total de 3 493 para un 35.96%, lo que representó un 8% de aumento en comparación con el anterior proceso electoral.
• Otra variación significativa con respecto a los primeros 12 años de las elecciones, es la actual proporción de diputados con grados universitarios e instrucción media superior que alcanza ya un 99.1%. Entre los dirigentes de la llamada generación intermedia y la más joven, el perfil profesional predominante es el de los ingenieros.
• En la configuración de las nuevas élites, un componente no menos notable y singularmente sensible a la realidad cubana, lo es el factor racial. El tema comenzaría a debatirse con fuerza desde comienzos de la década de 1980 y, en particular, desde la celebración del III Congreso del PCC, donde una prolongada discusión del tema tuvo lugar. En la década pasada, y en lo que va de la actual, el componente negro y mestizo ha registrado un ascenso importante. Este controversial tema encuentra al interior de la dirigencia cubana dos posiciones. Una, es la de Fidel Castro, que públicamente, ha abordado la cuestión sólo un par de veces en 44 años, siendo su argumentación—retomando la parte del enfoque martiano—de que la definición de ser humano lo abarca todo y que este, blanco, negro o mujer, se reconoce y progresa por sus méritos en una sociedad que le abre todas las oportunidades. La posición de su hermano Raúl Castro, en repetidas ocasiones, ha sido la de hacer explícito la existencia del problema, llamarlo por su nombre, en cuanto a oportunidades, movilidad social y progreso y la necesidad de hacer más presente, estable y numerosa la representación de negros y mestizos en toda la estructura de poder y de lo cual las FAR son hoy el mejor ejemplo. La promoción a oficiales superiores de mayor, coronel y general de brigada ha sido la mayor de todos los tiempos en estos últimos 10 años. En la actual ANPP, con sus 609 diputados, el 67.16 por ciento de sus integrantes son blancos, mientras que un 32.8 por ciento son negros y mestizos, cifra ésta que representó un aumento del 4.55 por ciento.
• El relevo generacional en el ámbito de las FAR es, por razones más que obvias, de importancia crítica. En primer lugar, debe recordarse que los oficiales superiores con experiencia de combate habrán de prevalecer hasta el 2015, incluyendo un nutrido grupo de generales de brigada ascendidos en la pasada década y que representan la generación intermedia. Y los que representan la generación más joven como mayores y coroneles provienen ya de las filas de los camilitos, es decir, de las escuelas militares, iniciadas a fines de la década de 1960, donde se forma la masa de pre-cadetes que integrarán las academias militares de las FAR. Los camilitos pasan a dichas instituciones entre los 16 y 17.
Al respecto de la formación de estas nuevas élites, su papel actual y futuro en las FAR, y el resto de la estructura de poder del país, decía Raúl Castro a fines del 2001: “Los hombres y mujeres que en los años futuros ocuparán las principales responsabilidades en la defensa, al igual que en el resto de las esferas del país, incluida la máxima dirección de la nación, no están por llegar, ya se encuentran entre nosotros… En el caso de las FAR, ya hay camilitos que son generales o coroneles al frente de importantes unidades de combate y en la mayoría de los cargos claves de los estados mayores.”
De esta manera, la vieja generación en proceso de agotamiento y extinción, los así llamados históricos, no sólo ha preparado un amplio proceso de relevo generacional en el poder, sino que al hacerlo han propiciado la configuración de una nueva élite.
CONCLUSIONES
Los resultados electorales del 2002-2003 muestran claramente cómo el mecanismo electoral cubano podía ser, desde la reforma de 1992, un importante instrumento para reflejar diversos descontentos nacionales, territoriales y locales.
La oposición o disidencia en Cuba ni el exilio—so pretexto de que se le hace el juego al régimen o que este manipula las cifras—se han propuesto o formulado estudios serios en este terreno. Desde tales maximalismos, resulta imposible experimentar y probar las potencialidades de semejante mecanismo para la lucha política.
Las cifras del 2002-2003 parecen ofrecer un enorme caudal para un activismo diferente y potencialmente más efectivo que todo lo probado hasta ahora y su mensaje sí impacta tremendamente a la estructura de poder, como quedó probado en esta ocasión. Oposición y exilio se encuentran a distancias enormes de poder capitalizar y movilizar semejante recurso.
La obsesión enfermiza de continuar absolutizando aún hoy la estructura de poder en Cuba en torno a Fidel y Raúl, desnaturaliza, impide ver y entender, las tremendas transformaciones que se han operado al interior de ella en términos de figuras que representan una élite enteramente nueva, cuyos componentes sociales, culturales, tecnológicos, psicológicos y políticos son también enteramente nuevos y con los que oposición y exilio tendrán que lidiar en las próximas décadas.
Y digo las próximas décadas no por desliz, sino porque a la postura subjetiva que percibe un desplome ipso facto a la desaparición o muerte de Fidel—para no mencionar la magia verbal del señor Otto Reich que promete en Madrid y Roma que el régimen de Fidel castro “caerá pronto”—les invito a releer las palabras de Raúl Castro: las nuevas generaciones o élites ya son parte importante del poder; mañana controlarán la totalidad del poder y a ellas corresponderá el reestructurarlo, rediseñarlo y reorientarlo. Serán estas nuevas élites, de acuerdo a sus experiencias e intereses vitales, las que habrán de repensar sus propias fórmulas de continuidad y cambio. Sería bastante ingenuo imaginar que porque se les convide o intimide a abandonar el poder lo vayan a hacer mansamente. No es esta la manera en que va a terminar el juego. Al menos, éste es el escenario que los hechos, y no los deseos, parecen prefigurar con más fuerza.
Entre tanto, el exilio perece biológica y políticamente. Jóvenes, negros y mestizos salidos de la isla y activos políticamente en años recientes, son excepciones muy contadas, mientras que los jóvenes de segunda generación del exilio se desconectan, en su abrumadora mayoría, de un activismo efectivo. Un relevo generacional y de élites como el que se ha producido en Cuba, y continúa produciéndose, no tiene su equivalente o contraparte ni del lado de acá ni entre la oposición o disidencia cubana.
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